jueves, 30 de octubre de 2008

¿Qué es ser una mujer? ¿Qué es ser un hombre?

Por qué las mujeres escriben más cartas de las que envían - Darian Leader Preguntas como éstas son las que se hace el psicoanalista lacaniano Darian Leader en ¿Por qué las mujeres escriben más cartas de las que envían? (Buenos Aires, Aguilar, 1997; título original: Why do women write more letters than they post?; traducción de Cristina Piña). Preguntas como éstas son tal vez las que deberíamos hacernos más seguido, hombres y mujeres, con el objeto de entendernos, si fuera posible, un poco más.

Descubrí este libro el año pasado. Hacía apenas quince días que me había separado del amor de mi vida (me tienta ponerle comillas a la expresión, pero creo que las comillas resaltarían aún más la ridiculez que un statement así encierra ya de por sí solo). Si bien era una decisión que venía meditando desde el momento mismo de reencontrarnos (puesto que arrastrábamos tras de nosotros muchos años de idas y venidas, peleas, distanciamientos y reencuentros, y siempre la sombra terrible de la infidelidad -casi pongo 'infelicidad', lo cual es más o menos lo mismo) en enero del año pasado, nunca había tenido el coraje de llevarla a cabo hasta ese momento. Y perdida como estaba, sostenida apenas por la terapia, una amiga y el trabajo, que como ya dijo el anciano más severo (Cicerón) cura todas las penas y las angustias, intenté volver a algún camino conocido. Y el único camino conocido, para mí, era -y sigue siendo- los libros.

Después de mucho tiempo alejada de "mis cosas" (léase básicamente mi escritura), tras la separación volví, con mucho esfuerzo, a ellas. Y entre ellas estaba la sana costumbre de comprar libros. Con un nuevo matiz: mirar, de refilón, el sector de autoayuda de algunas librerías. Llámese desesperación o un nuevo sentido de mí misma, la cosa era que yo me sentía tan perdida y desamparada que no iba a despreciar el cabo que me tirara nadie (sólo se lo hubiera rechazado al plagiario Bucay o al ñoño Coelho, eso sí). Tengo varias librerías preferidas para comprar libros. Una de ellas se llama Lucas y está en la calle Corrientes. Con paciencia y revolviendo, siempre se puede encontrar algo interesante allí. Y fue allí donde me encontré con este libro, cuyas tapas violetas (mi color favorito, por si alguien no se dio cuenta aún) y su desafiante/intrigante título me atraparon desde el primer momento. Y lo bien que hicieron.

Descreo absolutamente de los llamados "estudios de género". Ni siquiera soy feminista, ni nada que se le parezca remotamente. No creo, por lo que me es dado ver, que más allá de algunas justas reivindicaciones de tipo social o laboral, el feminismo haya logrado algo interesante. Sobre todo, en el campo del arte y más todavía en el de la crítica literaria. Yo no creo que el hombre sea mi enemigo. Por el contrario, deseo que sea mi mejor amigo, deseo fervientemente entender cómo funciona su mente, deseo profundamente que él me comprenda a mí. No pretendo ni nunca lo hice que fuéramos "iguales". Somos, evidentísimamente, distintos. Y es precisamente esa diversidad la que hace que valga la pena ponerse en contacto, en cualquier tipo de contacto, con un hombre. Así, este libro de Leader, que es también autor de Lacan para principiantes, me vino de perillas para intentar entender qué es ser un hombre pero también qué es ser una mujer y por qué a veces hacemos las cosas que hacemos tanto unos como otros.

El texto, redactado en forma clara y amena, ilustrado con numerosos ejemplos literarios, cinematográficos y hasta de la cultura pop, no es un compilado de terminología psicoanalítica (aunque la hay) ni tampoco es deudor de esa oscura oscuridad de la que muchos psicoanalistas son rehenes y devotos a la hora de escribir. Vaya uno a saber qué nos estarán queriendo decir si cuando los leemos no entendemos ni papa de lo que dicen, ¿no? Por suerte, Leader es ferozmente claro, es un argumentador excelente y sus razonamientos pueden ser seguidos sin el menor problema, incluso para quienes no están familiarizados con ninguna jerga "psi". Y esto es porque el libro abunda en generalizaciones (sí, benditas generalizaciones que en este caso le permiten a Leader ir más allá de ellas) como punto de partida para plantear preguntas, sin preocuparse demasiado por hallar respuestas.

Si, como dice Leader, el deseo aspira a quedar siempre insatisfecho para poder seguir siendo deseo, él plantea preguntas no para que nosotros busquemos las respuestas sino para que sigamos preguntándonos cosas a nuestra vez. Y si el psicoanálisis es la cura por la palabra (ver en este mismo blog), hacerse las preguntas correctas es quizá más atinado que encontrar las soluciones, puesto que en última instancia no hay "soluciones". Hay, en todo caso, nuevas preguntas.

Nadie sabe qué es ser una mujer. Lacan dijo: "La mujer no existe" (imagínense la furia desatada de las feministas ante una expresión como esta). Pero a poco que se examine el razonamiento de Lacan, al menos como lo hace Leader, nos encontramos con que tan errado el francés no andaba. Si yo les preguntara a cada uno de los lectores de este blog qué es ser una mujer, estoy segura de que recibiría respuestas completamente disimíles entre sí y nadie se pondría de acuerdo al respecto. Saldrían a relucir todas las facetas, todos los planos, todos los vértices de lo que implica ser una mujer, pero nunca saldría el definitivo, sencillamente porque no existe. Cada mujer es lo que decide ser a partir de su vacío existencial. Ergo, cada mujer se construye a sí misma y llena ese vacío como mejor puede.

Pero, ¿qué pasa cuando la mujer no puede, por la razón que sea, hacer eso? Pasa lo que les pasa a muchas mujeres: intentan ser algo que no son, se agreden a sí mismas en las formas más insospechadas, se vuelven un enigma para quienes la rodean, se vuelven locas o neuróticas o histéricas. Se vuelven, como mi madre real y no como mi mamá Erica, una ausencia tangible. Un vacío, de nuevo. O, peor aún, algo que está pero no está. Cada recuerdo suyo está teñido por esta horrible sensación de que está, pero en realidad no está. Ella misma se ha sustraído de la escena, se ha ausentado, ha elegido borrarse, ya no estar aunque estuviera. Imposibilitada, por las razones que fuera, de ser aquello que realmente quería ser (tal vez nunca quiso casarse ni tener hijos pero lo hizo porque eso es lo que se supone que una mujer debe hacer o para lo que ha sido hecha) una mujer así, como lo fue mi madre, decide que lo mejor es darle la razón a Lacan y desaparecer. Desaparecer estando allí mismo. Desaparecer incluso antes de morir, de no ser ya un cuerpo vivo. Esto no lo dice Leader, lo digo yo, que aún hoy me pregunto qué rayos es ser una mujer, cómo hago yo para ser eso que no sé muy bien qué es pero que a veces intuyo y cómo me las arreglo para no darme de narices con lo que los demás piensan que es ser una mujer y que de seguro no coincide con lo que yo trato de ser. Y que hoy me pregunto, incansable e insaciable, qué le pasó a esa mujer, mi madre, para ausentarse voluntariamente así, antes, mucho antes, de que la enfermedad se la llevara de mi vida.

Y a esto me refería con preguntarnos cosas a nuestra vez, a partir de las preguntas que Leader va dejando por el camino. Hoy, más que invitarlos a leer, quiero invitarlos a reflexionar, a pensar en los estereotipos y mitos culturales en los que hombres y mujeres sin excepción estamos atrapados, la mayor parte de las veces sin darnos cuenta siquiera. Por ejemplo, la maternidad (y por ende la paternidad): ¿acaso alguien nos advirtió alguna vez que tales cosas también se construyen y que no son "automáticas"? ¿que no es cierto que vengamos con un microchip que se activa en el momento mismo de parir? ¿que no hay nada 'natural' en el hecho de tener un bebé, que nueve meses atrás era sólo un anhelo, entre los brazos? Por ejemplo, el deseo: ¿alguien nos advirtió que el deseo debe permanecer insatisfecho para poder seguir siendo deseo? ¿que, tal como la fantasía, llevarlos a cabo destruye su razón de ser? ¿que seguir deseando es lo que nos mantiene vivos y con ganas de levantarnos cada mañana? Por ejemplo, el amor: ¿alguien, aparte de Roland Barthes, nos ha hablado alguna vez de su naturaleza cambiante y equívoca? ¿de su proximidad fatal con el odio (Catulo lo ha hecho, y otros tantos poetas, es cierto)? ¿de su terrible discontinuidad, su casi insoportable ambivalencia, su ilusoria fantasmagoría? ¿de que sólo se basa en fallidas anagnórisis -reconocimientos?

Y con esto del amor vuelvo al principio: releí este libro más de un año y pico después de separarme, cuando las cenizas del "amor de mi vida" (ahora sí me permitiré las comillas) aún humean pero con cada vez menos fuerza y nuevamente salí de él fortalecida, a pesar de que por momentos uno puede llegar a pensar que, tal como plantea las cosas Leader, es realmente un milagro que hombres y mujeres nos entendamos (acaso lo sea, pero prefiero creer que no, que es absolutamente posible hacerlo), que nos pongamos en pareja, nos casemos, tengamos hijos y querramos formar una familia. No es ese el mensaje que el libro de Leader quiere dejar. Por el contrario, yo creo que es este:

"Séneca dijo que en la vida uno tiene dos opciones: dejarse llevar por el destino o ser arrastrado por él. Esto es, repetir las mismas cosas y quejarse, vivirlas como una tragedia, o repetir las mismas cosas pero con un cierto entusiasmo, hacer la propia carrera y la propia vida a partir de ellas, algo que tiene un acento más cómico que trágico."

Sin duda alguna, me quedo con la segunda opción. Eurípides puede ser genial, pero Aristófanes lo es aún más.

Analía Pinto

jueves, 23 de octubre de 2008

La fantasía sin previo aviso

La ventana abierta y otros relatos - Saki Éste sí que es un autor abisal. No sólo entre nosotros, hispanoparlantes, sino también en el magnífico coro de la literatura universal. Es uno de esos autores que se descubren casualmente, como debe ser, y que llegan a nosotros en silencio, como en puntas de pie, casi sin hacerse escuchar, hasta que cuando abrimos su libro y comenzamos a leer nos encandilan con el tremendo resplandor de su escritura. Y ya (¡por suerte!) no hay escapatoria.

Hector Hugh Munro, más conocido como Saki (aunque decir 'más conocido' es casi un oxímoron, pues casi nadie lo conoce), es un autor de origen inglés (otros dicen que escocés) nacido en Birmania, cuando ésta aún formaba parte del Imperio. Su madre falleció cuando él tenía apenas dos años y junto con su hermana fue llevado a vivir a Devon, junto a dos tías solteronas y ultra puritanas. Si algo abunda en sus cuentos son precisamente tías solteronas, rídiculas y ultra puritanas. En especial la del cuento que quiero mencionar con más detalle más adelante.

Se desempeñó como periodista y corresponsal, comenzó a publicar sus primeros textos en la Westminster Gazette, luego de un breve paso por la policía birmana. Publicó más tarde algunas novelas, un estudio histórico y tomos con sus relatos. Cuando se produjo la Granda Milito (es decir, la Primera Guerra Mundial), se alistó voluntariamente a pesar de no tener ya la edad correspondiente y murió en una trinchera en Francia, al grito de "Put that damned cigarette out!" (¡Apaguen ese maldito cigarrillo!). No se casó, no tuvo hijos, y tras su muerte, su hermana quemó buena parte de sus papeles (!).

Esto es todo lo que se sabe de Saki. Este seudónimo podría provenir del nombre del copero (una especie de sommelier) que aparece en las rubaiatas del poeta persa Omar Khayyam; pero también podría provenir del nombre de un mono muy particular que aparece en una de sus primeras historias. Las fuentes consultadas no se ponen de acuerdo en este punto.

Leo, en uno de los sitios más completos en cuanto a biografías de escritores (Kirjasto) se trata, que Saki era un "misógino, antisemita, reaccionario que sin embargo no se tomaba a sí mismo muy en serio". No me consta que haya sido ninguna de las tres primeras, pero sí se puede asegurar que no se tomaba en serio absolutamente nada y prueba de ello son todos y cada uno de sus relatos, en los que demuele, sin piedad, con una ironía y un humor negro de los que sólo un inglés es capaz de hacer gala, todos y cada uno de los estereotipos de la sociedad victoriana que, ay, no son muy distintos de los que abundan en las sociedades actuales.

"El tigre de la señora Packletide" es una buena muestra de lo que una persona puede llegar a hacer para aparentar ante los demás; "Las siete jarras para crema" pone en escena lo lejos que se puede llegar cuando los prejuicios dominan nuestra vida; "Una cura de agitación" es la demostración cabal de lo que es realmente una broma pesada; "La reticencia de Lady Anne" es una radiografía descarnada y macabra de la hipocresía matrimonial; "El ratón", por su parte, enseña hasta qué extremos de ridiculez nos puede llevar el pudor y la pacatería exagerados.

Pero entre los cuentos de Saki hay por lo menos tres que se destacan sin lugar a dudas. "Sredni Vashtar", cuyo personaje de la tía solterona está basado en una de las tías del propio Saki, muestra cómo los niños siempre salen vencedores en el maravilloso (y horroroso) mundo de Saki. Algo que queda aún más de manifiesto en "La ventana abierta" (que da título al único librito de Saki que tengo: La ventana abierta y otros cuentos; Buenos Aires, CEAL, 1972; traducción de Eduardo Paz Leston), una lección acerca del 'peligro' de dejarse llevar por lo que los niños dicen sin ponerse a pensar en ello (o bien, de los peligros de la fantasía "sin previo aviso"). Pero es "El cuentista" el cuento que en mi opinión se lleva las palmas y todos los aplausos posibles ya que es, además de un cuento maravilloso, una poética, concentrada y corrosiva, como toda la literatura de Saki, de lo que debe ser una buena narración.

Gracias a Dios existe esta página (Ciudad Seva) donde podrán encontrar el texto completo de "El cuentista" y de varios de los cuentos que ya mencioné. Les pido encarecidamente que lo lean, que pierdan diez o quizás menos minutos de su vida leyendo, por una vez, algo que realmente vale la pena de ser leído y disfrutado sin tasa. "El cuentista" nos enseña, justamente, a contar. En un compartimento de tren (espacio cerrado, ideal para poner a actuar personajes), se encuentran viajando tres niños acompañados por una tía, además de un solterón. Los niños, inquietos, no paran de importunar a la tía, quien, con su nula maternidad, no tiene ni el tino ni la paciencia suficientes para mantenerlos en silencio o al menos entretenidos. Intenta contarles una historia, pero es "la más estúpida" que ellos hayan escuchado. Recién entonces interviene el solterón (excelente manejo del timing), haciéndole notar a la tía el poco éxito que ha tenido. Los inquietos angelitos le piden entonces que él les cuente un cuento. Comienza diciendo "Había una vez..." y cuando el interés de los pilluelos está a punto de desvanecerse el solterón tuerce el timón (como hace todo buen narrador), y les dice que la protagonista de su cuento, Bertha, era "horrorosamente buena". La nota discordante (lo que hace que un texto sea literario) pone sobreaviso a los niños y a partir de ese instante no dejan de prestarle toda su anteriormente dispersa atención. Tan buena era Bertha que termina... No, no cometeré un spoiler, pero así como los niños quedan fascinados con esa historia que se aparta de las historias ñoñas y comunes (como suele hacer la buena literatura y no la literatura "de noticiero" que están queriendo imponernos), la insoportable tía solterona y amargada queda horrorizada y escandalizada ante la astucia narrativa del story-teller: "Usted ha destruido el efecto de años de cuidadosas enseñanzas" le espeta, a lo que é contesta: "Al menos los mantuve tranquilos durante diez minutos, algo que usted no fue capaz de hacer."

Y eso es, creo yo, para cerrar, precisamente lo que la buena literatura hace con nosotros: destruye (¡alabada y practicada sea!), tenaz y corrosivamente, años y años de esa 'cuidadosa enseñanza' por la cual nos volvemos (o quieren volvernos) cada vez más estúpidos, menos pensantes, menos creativos y más y más esclavizados.

Analía Pinto

miércoles, 22 de octubre de 2008

La opinión de un lector

Quiero compartir con uds. la opinión de uno de los seguidores de los devaneos y desvaríos de esta rumiante y curvilínea escritora en la web, ya que creo que sus dichos complementan el panorama general sobre Erica Jong que quise trazar el jueves pasado.
Los dejo entonces con la visión de Luciano Tanto (cariñosamente, eleté), a quien no conozco personalmente, pero tengo en la más alta estima desde que nos cruzamos en estos rizomáticos senderos de la web:

querida analía.

lector coetáneo de erica jong, leí sus libros a medida que fueron publicándose. seguí su actuación pública y me enteré de sus tomas de posición sobre muchas cuestiones a medida que se producían (que era mucho más complicado que ahora por las obvias razones técnologicas).
la estrategia de difundir sus ideas haciendo "literatura", fue a la vez un acierto y su cruz (signo terrible masculino y moderno del sufrimiento).
si hubiera expuesto su pensamiento como ensayo no hubiera pasado de ser una curiosidad académica, y eso en el mejor de los casos.
pero como literatura, sus textos eran analizados desde un punto de vista necesariamente estrecho; más aún por el hecho de que se vendían mucho. una señal de carencia según el más extendido prejuicio que rodea al libro, sea cual sea.
colaterales del fenómeno: la mayoría -abrumadora mayoría- de quienes la comentaban eran hombres, y no hace falta que explique el sentido de esta constatación.
a su realidad femenina se agregaba un doble condicionamiento, determinante: judía y estadounidense.
todo esto regado con la salsa más espesa: la denuncia de la falsedad interpretativa de la sexualidad y su valor claramente diferenciado según se hablara de hombres o de mujeres (y freud, el escritor que se creía científico, hizo lo suyo para aumentar el equívoco, con esas tonterías en torno a la envidia del pene (?) y en general sus anacrónicas especulaciones en torno a la capciosa pregunta "¿qué quieren las mujeres?").
discapcidad final. era clara, entendible, sus lectores/as se reconocían en lo que afirmaba, error terrible en una época en la que la cultura estaba dominada por los falsos sabios de las universidades de francia, la mayoría de los cuales ejercían la más confusa y oscura (y en muchos casos risible, como terminó demostrando el famoso libro de sokal y bricmont "imposturas intelectuales").
en fin, erica jong, mezcla de ben jonson, oscar wilde y jonathan swift, si se hubiera disfrazado como george sand y antes de que se revelara su identidad, hubiera sido señalada como maestro de nuestro tiempo. y nótese el genero de la afirmación.

Luciano Tanto

viernes, 17 de octubre de 2008

¡No te metas con mamá Erica!

Miedo a volar - Erica Jong Ha llegado el momento de que les hable de mi madre. De mi madre literaria, al menos. Y la oportunidad me la ha brindado nuevamente un excelente blog, Papel en Blanco, aunque justamente con el redactor de esta nota (al menos en lo que toca a MI libro de cabecera para la existencia toda) no estoy para nada de acuerdo.

Prometí ayer en mis queridas curvas que iba a explicar hoy aquí qué es un "libro terapéutico" para mí. Luego de pensarlo bastante y buscando siempre que estas notas (o posteos) no sean todas iguales aunque su objetivo sea siempre el mismo ("acercar el libro al lector", cual si fuera el slógan de nuestra Feria del Libro, je je), recordé que alguna vez (más bien, varias) había escrito en mis diarios con mucha pasión acerca de mamá Erica, como yo la llamo, pero más específicamente de este libro, que sale tan mal parado en la nota de Papel en Blanco (no dice quién es el redactor, me perdonarán que no lo haya averiguado).

Tras releer aquellos viejos papeles decidí que la mejor justicia que podía hacerles, tanto a mis diarios como al libro, era transcribir los párrafos más jugosos, ya que no sólo quedará claro qué es un libro terapéutico para mí (y estoy segura que cada cual tendrá el suyo; yo tengo varios más aparte de este) sino que de ningún modo creo que Miedo a volar (Buenos Aires, Sudamericana, 1976; título original: Fear of flying; traducción de Aníbal Leal; primera edición en inglés: 1973) de la escritora norteamericana Erica Jong haya sido un libro sobrevalorado sino todo lo contrario.

Los dejo entonces con lo que escribí el 12 de diciembre del 2000 (luego agregaré algunas notas actuales; disculparán las intromisiones entre corchetes, las creo necesarias):

"Tras leer al fin Qué quieren las mujeres [libro de ensayos y artículos breves de Erica Jong] instintivamente quise leer nuevamente, por mil millón vez Miedo a volar. Probablemente no haya libro más preciado en mi biblioteca (Rayuela debe ser el otro [junto con el Quijote agrega la AP del 2008]). Probablemente no haya libro más subrayado en mi biblioteca (Rayuela, seguramente, sólo porque es más largo y tiene lecturas "técnicas", es decir, para la facultad). Probablemente no haya libro del que recuerde tan perfectamente sus primeras líneas (Rayuela, obvio, y Moby Dick, claro [que también sale mal parado, injustamente también, en la misma nota de Papel en Blanco agrego ahora]). Probablemente no haya libro que me haya ayudado más desde que cayó en mis manos ni haya libro del que haya escrito más en estas páginas [el original decía 'junto con Rayuela' pero a decir verdad, con el correr de los años he vuelto a releer muchísimas veces más, y por ende a escribir nuevamente sobre él, Miedo a volar que Rayuela, quizá porque éste último sí sea un libro en algún punto sobrevalorado, o por lo menos un libro que es mejor que quede intacto en el recuerdo porque de algún modo sabemos que no va a resistir la prueba del Tiempo, la misma de la que hablaba con respecto a Poe el jueves pasado] de toda mi vasta y heteróclita biblioteca.

Vuelvo a leerlo con la misma curiosidad y enganche y espíritu de aventura del principio. Sé exactamente lo que va a suceder con Isadora, con Adrian Goodlove, con Brian, con Bennett... no importa. A veces creo que puedo ver en mi mente el avión de Pan Am, la Universidad de Viena, el hotelucho de París donde Isadora queda varada y menstruando, la bañera donde la encuentra Bennett al final... La veo como si la película efectivamente se hubiera rodado [Miedo a volar fue tal éxito de ventas en su momento que se pensó llevarla al cine, pero el proyecto no prosperó como la misma Erica se encargó de retratar satíricamente en el siguiente episodio de la saga, How to save your own life -o, en la espantosa traducción española: "Isadora emprende el vuelo"]. La veo como si la película la hubiera filmado yo misma [creo que si un libro logra ese efecto en un lector ha logrado lo que cualquier libro de ficción que se precie de tal debe lograr]. Y así estoy tratando de hacerlo en la primera creación de entera ficción en la que estoy trabajando. Con 'entera ficción' quiero significar escribir sobre situaciones que no he vivido previamente o que no he experimentado aún, o que en verdad no sé cómo son, en un mise en place totalmente imaginario, con seres ficticios aunque levemente basados en seres reales... La influencia de Erica Jong es vital, es inapreciable, es inagotable, es algo para agradecer mientras viva.

Seguramente, nunca la conoceré ni la veré personalmente y quizá es mejor que así sea. Hay una afinidad de espíritus tan grande que no se precisa el cuerpo ni la presencia para advertir esto. Seguramente, en todo el mundo debe haber cientos de mujeres que sienten algo parecido a lo que yo siento pero la diferencia radica en que yo, además, escribo y me reconozco deudora, discípula, alumna, pobre imitadora suya, y por eso la afinidad es aún más grande. Como ella seguramente sentía lo mismo por Anaïs Nin, por poner un ejemplo también caro a mis afinidades literarias.

El día que compré Miedo a volar sabía que había conseguido algo especial pero no sabía qué tan especial era eso que había conseguido; no tenía ni idea de que había encontrado el inicio de la saga de Isadora [que le llevó a Erica cuatro libros: Miedo a volar, How to save your own life, Paracaídas y besos y el gran final, Any woman's blues -torpemente traducida al español como "Canción triste de cualquier mujer" y que me llevó años encontrar], que había encontrado un libro que había causado una suerte de revolución cuando fue publicado; un libro saludado por mi otro padre espiritual, Henry Miller. Lo que no sabía es que había encontrado a la diosa tutelar de mi vida y de mi carrera entre sus amarillentas páginas.

Lo compré, cuando apenas tenía veinte años, porque era barato, porque me gustó el diseño de la colección (la colección "Vértice" de Sudamericana, donde también brillan otras perlas de la narrativa norteamericana de los 70 como David Kaufelt, Jean-Paul Donleavy o Sandra Hochman, entre otros), porque en la librería había un gato gris enorme [en todas las librerías que se precien de serlo hay siempre un gato gordo y enorme sobre los libros: ¿será siempre el mismo? ¿vendrá incluido en el alquiler del local?] que desde luego se dejaba acariciar, porque alguna vez había registrado en algún rincón de mi memoria ese título, sin saber muy bien de qué se trataba pero con un cartelito de "interesante" bien grande... Lo compré en una librería muy vieja, en el centro, en la calle Montevideo, creo, pero no estoy segura, puesto que nunca más la encontré (como esa tienda fantasma donde Homero compra la mano de mono que cumple los deseos a costa de traer luego grandes desgracias [al redactar esto no sabía, aunque lo sospechaba, que se trataba de uno de los mejores cuentos jamás escritos: "La pata de mono" de W. W. Jacobs, cuya lectura recomiendo sin la menor dilación]). Tampoco recuerdo cómo fue que fui a parar a esa librería ya que en aquel momento solía comprar en "Mercurio" [una librería de saldos de la calle Corrientes, que luego se transformó en una librería de "libros nuevos" y perdió para mí todo atractivo. Actualmente hay un negocio de no sé qué, algo no relacionado con los libros, desde luego].

Y creo que lo leí ese mismo domingo [durante muchos años he comprado libros sólo los domingos], absolutamente atrapada desde la primera línea, el primer renglón ya tan mítico para mí como "Llamadme simplemente Ismael. Hace algunos años -no importa exactamente cuántos- hallándome sin dinero decidí hacerme a la mar..." e incluso como "¿Encontraría a La Maga?". Ese primer destello, la promesa de lo porvenir dice:

"Había 117 psicoanalistas en el vuelo de Pan Am a Viena y por lo menos seis de ellos me habían tratado. Por otra parte, estaba casada con un séptimo."

Sencillamente glorioso [hace poco escribí en otro lado que lo glorioso de este comienzo es que engancha de inmediato al lector: ¿por qué '117' psicoanalistas y no 20 o 100 o un número más redondo? Luego, el hecho de que la narradora haya sido tratada por seis de ellos y esté casada con un séptimo termina de llevar de las narices al lector, quien inmediatamente se huele que algo no anda bien... Por otra parte, como dije también allí mismo, lo que más sobresale, aunque quizá en esa primera línea no se vea aún tan claro, es el humor descarnado, tierno e irónico a la vez con el que narradora se trata a sí misma y a todos los que la rodean, amenizando situaciones que vistas de otro modo no tendrían ni pizca de gracejo o comicidad].

Algún día recapitularé todas las impresiones que hasta aquí se han deslizado y armaré un artículo o un ensayo al respecto. En el 2003, cuando yo cumpla 29 [la misma edad de la protagonista], Miedo a volar habrá cumplido 30 años: así como Erica escribió en Qué quieren las mujeres para los 30 años de Lolita [si hay alguien que aún no leyó esta maravilla de Nabokov corra ya mismo a leerla, y olvídese de las sosas versiones fílmicas!], yo escribiré, caso de seguir vivita y coleando, un artículo sobre los 30 años de Miedo a volar y, fundamentalmente, sobre la influencia que ha ejercido sobre mi humilde persona la saga de Isadora Wing. Debería hacer lo mismo con varios libros, a decir verdad" [y bien, no escribí ese artículo, pero estoy escribiendo éste en este blog, que es la materialización de aquel vago pero persistente deseo, lo cual no me parece poco].

Lo que más me irritó del comentario en Papel en blanco fue que se dijera que su protagonista es "arquetípica y antipática". Concedo en que es un arquetipo de mujer con el que yo me siento plenamente identificada (con lo cual, ha de tener bastante -¡mucha!- realidad...) pero ello no obsta ni va en desmedro de la obra. Por el contrario, si Isadora Wing no fuera el arquetipo de la mina que escribe, que es linda e inteligente a la vez (además de judía, con lo que eso implica para la cultura norteamericana) y no sabe cómo hacer para no terminar siendo una monja intelectual pero tampoco una reventada a la que dejan tirada en una ruta a París, el libro -y toda la saga que de allí se deriva, algo que parece que el o la redactora del posteo no han tenido en cuenta- no tendrían la menor gracia. Porque se trata justamente de conciliar, de algún modo, esas dos imágenes opuestas con las que las mujeres acarreamos siempre: la santa y la puta. Aderezadas, además -y aquí radica mi total identificación con el personaje/arquetipo/como quieran llamarlo-, con el hecho de tener una pasión invencible, una vocación total y absoluta por la escritura y la literatura, que la llevan a la autora a desgranar, con gran tino, citas y referencias literarias (y que relectura tras relectura me fui encargando de descifrar) para algunos quizá demasiado numerosas; para una apasionada como yo quizá escasas. Ah, y que Isadora Wing le resulte a alguien "antipática" me cuesta mucho, muchísimo, creerlo. Pero me parece que sé cuál puede ser la razón de dicha antipatía: la espantosa, horrenda y malograda traducción al español 'castizo' (es decir, al castellano hablado en la península ibérica) de Miedo a volar que tuve la desgracia de leer una vez, sólo para morirme del asco y lamentarme ante el horror en que se había convertido mi novela favorita "gracias" a un (o una, no recuerdo) traductor inepto. La traducción de Aníbal Leal es impecable y si bien emplea algunos modismos castizos, los sazona muy bien con modismos propios de nuestro lenguaje literario (atención, no de nuestro lenguaje hablado), logrando así una lectura totalmente plácida y llevadera.

Por otra parte, el redactor del posteo, habla de un "final plano". No, amigo mío. El final de Miedo a volar no es, en modo alguno, un 'final plano'. Es un final abierto, que es una cosa completamente distinta y que deja, justamente, la puerta abierta para la continuación. Porque era obvio y evidente que la historia de Isadora Wing no podía quedar allí y que debía seguir, como efectivamente siguió. Entonces, después de la famosa escena de la bañadera, la encontramos en el siguiente libro, algunos años después y con nuevas aventuras bajo el brazo. Tampoco pareció entender el redactor de la nota, acaso porque no conoce la filiación literaria de Erica Jong, que es la literatura inglesa del siglo XVII y XVIII, que Isadora Wing es una heroína como lo son las protagonistas de sus otras novelas fuera de la saga: la actriz Jessica Pruitt en Serenissima, pero muy especialmente Fanny Hackabout-Jones en Fanny, una reescritura picaresca y maravillosa de la novela erótica de John Cleland Fanny Hill. Sólo así alguien puede ver tan poco en un personaje y en un modo de hacer literatura tan rico.

Analía Pinto

P. D.: Francamente, podría seguir escribiendo varios párrafos más al respecto pero creo mejor poner un punto aquí. Me quedo incluso con ganas de transcribir varios párrafos de la novela, pero me parece mejor invitarlos a leer la página oficial de Erica Jong a aquellos que sepan inglés y a los que no, a consultar un excelente libro sobre la narrativa de Erica, escrito por una argentina (que no soy yo, pero que me hubiera encantado serlo!): Erica Jong. Cuando el diablo pone cara de mujer de Graciela Beatriz Domínguez (el título hace referencia a la biografía de Henry Miller que Jong escribió, El diablo anda suelto).

jueves, 9 de octubre de 2008

A favor de la narrativa del siglo XIX, una vez más

Edgar Allan Poe Había pensado otra cosa para el posteo de hoy, pero al ponerme a escribir las primeras líneas sobre el libro que había elegido (y que finalmente he decidido citar aleatoriamente en poematriz, donde pertenece, y no precisamente por la poesía) un ligero malestar se apoderó de mí. No era de eso de lo que quería hablar y rápidamente me di cuenta de qué era lo que en verdad tenía que hacer: tenía que proseguir, tengo que proseguir, con mi prédica a favor de la narrativa del siglo XIX.

Un empeño que los mercaderes y mercenarios de hoy, degustadores de la basura veloz y sin complicaciones 'obsoletas' que abunda en las mesas de ofertas y de novedades, encontrarán sin duda alguna inútil. Mejor, puesto que el arte es, de por sí, completamente inútil. No sólo eso, sino que también es completamente ajeno a los apresuramientos y enajenamientos a los que los Señores del Mundo desean someternos. Por eso mismo, qué mejor que darle paso a lo que uno realmente tiene ganas de hacer, aunque no haya sido lo que se previó en un primer momento.

Mucho me sorprendió, allá por el año 2000, cuando cursé en la facultad la asignatura Literatura Norteamericana que esta lumbrera de quien voy a hablarles hoy no figurara en el programa. La razón era muy simple (en apariencia): su literatura, su poética, respondían aún a la literatura y la poética provenientes de la métropoli (léase Inglaterra) y por lo tanto no se avenían a la creación naciente de una nación también naciente. Dejando aparte este debate (reducible a una mera cuestión de enfoques críticos) parece, hoy, a la distancia, y en esta gozosa relectura que he llevado a cabo en estos días, poco menos que delirante que Edgar Allan Poe no haya figurado en el programa de aquel año. Sé que luego se enmendó este error.

Quizás haya sido mejor, me digo ahora, ya que entonces podré abordarlo sin demasiado aparataje técnico y manteniendo frescas las sensaciones que fui coleccionando a lo largo de los años en tantas y tantas relecturas. Se me dirá que un autor de la talla (universal) de Poe no debería ser considerado por mí como un autor abisal, pero en este caso me temo que lo es. Y lo es por la siguiente razón: ¿quién, exceptuando a un pequeño grupo de fanáticos y entendidos, lee a Poe hoy? ¿Quién más allá de quienes también escriben cuentos o aspiran a escribirlos con su misma maestría alguna vez? ¿Quién, sino los propios escritores, leen a Poe?

Y razones para leerlo sobran. Ha sido nombrado maestro por, precisamente, muchos maestros del género, entre ellos Horacio Quiroga y Julio Cortázar (quien, además, lo tradujo magníficamente). Fue, también, alma gemela y tutelar de mi máximo dios poético, al que le debo aún unas páginas como las que ahora le estoy dedicando a Poe: me refiero a Charles Baudelaire, quien también lo tradujo y lo dio a conocer en Francia, advirtiendo, casi en el mismo instante en que se producía que estaba ante la presencia de alguien, de algo, que había venido a cambiar el rumbo de la literatura universal, no ya norteamericana o europea, para siempre. Por si todo esto fuera poco, Poe es autor de uno de los poemas más bellos y perfectos que existen ("El cuervo"), entre otros quizá no tan perfectos, y, además, ha teorizado sobre el arte de narrar de cuentos y sobre el acto creativo como muy pocos se han atrevido a hacerlo. Y aquí quisiera aclarar que considero que teorizar y/o ejercer la crítica es una parte tan fundamental de la vida de cualquier escritor como leer y escribir a diario, y es una de las principales razones que me ha impulsado a fundar este blog y a tratar de mantener como fuera su frecuencia semanal, para justamente ejercer esa parte que tanto bien hace a las demás.

Pero basta de cháchara y entremos ya en materia. No voy a referirme a ningún libro en especial de Poe (pueden leer cualquiera, ninguno los defraudará, esto es un hecho; y más todavía quienes puedan leerlo en su idioma original) sino a un cuento. Un cuento (un verdadero y auténtico cuento, con todas las de la ley, un modelo de lo que debe ser entendido cuando pronunciamos la palabra 'cuento', un modelo que muchos harían bien en seguir cuando les toca ser jurados en un concurso literario, por ejemplo...) que es un clásico, desde luego, pero que hoy volví a releer después de varios años y me impactó especialmente: "El gato negro". Un clásico de Poe, un clásico ya de la literatura de horror y fantasía, un clásico por donde se lo mire. Y como todos los clásicos, resiste no sólo el tiempo sino que admite aún un nuevo análisis, una nueva interpretación, un nuevo comentario, e infinitas, gracias a Dios, relecturas.

En realidad, más que el cuento en sí, me gustaría detenerme en su primer párrafo porque el descubrimiento que hice hace apenas un par de horas, mientras volvía del trabajo a mi casa en tren, momento en el que por lo general aprovecho a leer, ya que tengo una hora entera a mi disposición, se concentra precisamente allí. En ese primer párrafo están todas las claves de lectura del cuento. Todas. Más lo releo y más me convenzo de ello y más me sorprendo porque vengo leyendo a Poe desde los 15 años y una vez más, ha pasado con éxito, y hoy con creces incluso, la prueba del gusto y del tiempo.

Les relataré brevemente el argumento del cuento (destruyéndolo, como suele suceder; queridos escritores novatos: no cuenten nunca el argumento de sus cuentos, valga la rebuznancia; escríbanlo de una vez y luego sí, discutiremos sobre él): un hombre afecto a los animales posee algunos de ellos en su casa; se ha casado con una mujer a quien también le agradan dichas criaturas y su favorita es Plutón, un hermoso gato enteramente negro; este hombre se da a la bebida (cualquier semejanza con la vida del propio Poe es ¿pura coincidencia?) y su carácter se vuelve irascible, mezquino, miserable; maltrata a todos y llega al extremo de maltratar también a Plutón, a quien consideraba antaño su camarada. Tanta es la aversión que toma por el gato que termina matándolo (y sí, como dice el verso de la mexicana Rosario Castellanos, "matamos lo que amamos"). Poco tiempo después, da con otro gato de similares características, pero digamos que la culpa por su crimen no lo deja en paz y se manifiesta de las formas más diversas y extrañas hasta que él termina cometiendo un crimen aún más atroz... No les diré cuál, sobre todo para preservar la intriga en aquellos que no hayan leído aún el cuento. Ya ven que contado así es una reverenda porquería: un tipo que se emborracha, mata a un gato, aparece otro gato... eso no tiene ni pies ni cabeza, ¿verdad? ¿A quién se le ocurre que eso, que algo tan banal como eso pueda ser interesante?

Ay, amigos, el día que comprendamos que el arte de la literatura es hacer de lo banal (que es el 95 % de lo que nos pasa a todos los humanos a diario) un acontecimiento extraordinario y digno de ser contado, habremos entendido realmente de qué va la cosa y entonces no nos dejaremos engañar por los Coelho, los Brownies, los Harry Potter y cuanta bestselleridad ande dando vueltas por ahí. Cuando comprendamos esto, sobre todo aquellos que escribimos, podremos empezar a escribir de verdad, sabiendo que, una vez más, lo importante no es el qué, sino el cómo. Creo que esto lo he dicho ya en cada uno de los post que conforman este blog pero volveré a decirlo cuantas veces sea necesario porque sigo leyendo bazofia por todos lados: en otros blogs, en otras páginas, en las listas de poetas a las que estoy suscripta, en los textos que resultan ganadores de importantes concursos, incluso en supuestos autores 'grandes' y 'consagrados'... Me importa un assis (o un bledo, al decir de Catulo) ser reiterativa: no parece estar nunca de más hacer ver que hasta el qué más banal del planeta puede resultar una obra maestra si el autor se preocupa debida y concienzudamente por el cómo.

Veamos entonces ese primer párrafo de "El gato negro":

"No espero, no quiero que se de crédito a la historia más extraordinaria y sin embargo más familiar que voy a referir. Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy loco, y con toda seguridad, no sueño. Pero mañana puedo morir y quiero aliviar hoy mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo clara, sucintamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no trataré de esclarecerlos. A mí casi no me han producido otro sentimiento que el del horror, pero a muchas personas les parecerán menos horribles que recargados. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado del lugar común. Alguna inteligencia más lógica, más serena y mucho menos excitable que la mía, encontrará tan sólo, en las circunstancias que relato con terror, una serie de causas y efectos naturalísimos."

¡Ja! Listo. El que no sigue leyendo desesperado después de semejante introducción no es de este planeta (me tentaría decir del planeta Tierra, pero quizá deba ser un poco más 'realista' y decir del planeta Literatura...). El que no se halla completamente enganchado e inmerso en el cuento después de ese primer párrafo es porque no estaba leyendo con atención. Reléanlo, si son tan amables. Con cada relectura el efecto se profundiza, contrariamente a lo que uno podría suponer. Increíble pero real, la pluma de Poe ha logrado así superar cualquier prueba: la del Tiempo, la de los críticos, la de sus rivales y detractores e incluso la destrucción que él se inflingió a sí mismo a través del alcohol.

Observemos simplemente la primera frase (ya decía un profesor de la facultad, quizá uno de los lectores más finos y sutiles que yo haya conocido jamás, Miguel Dalmaroni, que en los comienzos de toda obra está ya el germen de todo lo que vendrá; y que en los comienzos está también, patente, la idea de que, contra lo que muchos creen, la literatura NO es un acto de comunicación, no al menos en el sentido trivial que se le da a la expresión... No se trata de pasar, como en un telegrama, un mensaje equis desde un emisor Y a un receptor Z si no de algo mucho más complejo, que requiere ir a "contrapelo", precisamente, de lo establecido, de lo informativo, de lo que el lenguaje cotidiano nos ofrece a diario y por eso la importancia de cómo se dicen las cosas en el planeta Literatura): dos verbos la encabezan: "no espero" corregido inmediatamente por un "no quiero". Ese 'no espero' que en principio puede parecer un verbo de simple cortesía (como si dijerámos, 'no espero que me crean esto, pero lo contaré igual') se verá resignificado, y muy notablemente, a lo largo del cuento. El autor no espera ya nada porque es tarde para todo y ha perdido ya lo que más le importaba. El 'no quiero' que viene a corregir ese matiz de esperanza (no obstante negado) refuerza esta idea de que ya es tarde para todo y sólo resta sacar esta congoja inmensa de su interior. Es, también, la última defensa que opone un hombre claramente derrotado. Promediando la frase otro par de expresiones llama inmediamente nuestra atención: se nos va a contar la historia "más extraordinaria" y a la vez "más familiar". He aquí lo que comentaba más arriba acerca de cuán banales son, en verdad, los argumentos de las obras literarias. Por cierto que "El gato negro" es la historia más extraordinaria, en tanto y cuanto posee suficientes elementos espeluznantes y no del todo explicables por nuestra estúpida racionalidad, pero también es la historia más familiar, porque en última instancia no hace más que referirnos cuán lejos puede llegar la perversión humana, ese impulso primitivo que a veces tanto nos cuesta domeñar (y que el protagonista, embotado además por el alcohol, no pudo hacerlo).

Luego, nos dice que no está loco (pero cómo saberlo, cómo creerle, sobre todo cuando sigamos adentrandónos en el cuento) y que no sueña, con lo que las cosas que se relatarán a continuación toman un matiz aún más espeluznante y de eso se trata. Para eso sirven esas negativas: el narrador proclama no estar loco (sobre esto podemos dudar) pero proclama también no estar soñando (y sobre esto no podemos dudar) por lo que claramente habremos de creerle cuanto nos diga.

La frase que sigue puede parecer algo críptica en una primera lectura: ¿por qué dice 'mañana puedo morir' cuando podría haber dicho que lo preocupaba morir sin haber descargado esta pena de su interior o que lo atemorizaba el hecho de seguir así en el futuro, etc.? Como siempre sucede en el planeta Literatura, todo cuanto se dice se resignifica a medida que se avanza en la lectura del texto, en un proceso de continua corrección, o si se quiere, de continua perfección. Cuando hayan leído todo el cuento comprenderán por qué el narrador dice 'mañana' y no 'dentro de muchos años puedo morir'.

La siguiente frase nos sume directamente en el meollo del cuento (y de toda obra literaria, pues): ¿cómo es posible que una "serie de simples acontecimientos domésticos" pueda causar tanto espanto en el narrador? ¿de qué se trata? ¿a qué se debe? (y las preguntas podrían continuar ad infinitum y ad libitum, así de maravilloso es el planeta Literatura). ¿Por qué unos dichos acontecimientos domésticos habrían de ser interesantes? Porque el narrador sabe cómo contarlos y sacar de ellos el máximo de jugo (y de saber/sabor). A continuación, echa más leña al fuego ya abrasador de nuestra curiosidad cuando dice "no intentaré esclarecerlos". Y esta es, queridos leyentes, la clave fundamental que todos los ñoños, poetrastos, aprendices, plumíferos, falsarios y demases deberían aprender de una vez por todas: el que esclarece, señores, es el lector. El narrador siembra la inquietud de modo tal que el lector pueda resolverla por sí mismo. El lector no es tonto como ustedes parecen creer. El lector sabe. El lector sabe más de lo que ustedes creen. Y Poe, que sabía mucho más que todos nosotros juntos, quizá incluso sin saberlo, se da el lujo de decírnoslo en plena cara: no va a esclarecer nada, simplemente va a mostrar lo que ocurrió (remarco ese verbo a propósito). Si esto no es una poética, no sé de qué otro modo llamarlo.

Las últimas frases siguen croqueteándonos, como diría mi maestro, de lo lindo: un lector que hasta ese momento se haya sentido reacio y no se haya declarado aún rendido ante la maestría de Poe, en ese punto, caerá en esta 'trampilla' que alaba sus supuestas dotes: una inteligencia más serena, más calma, más racional, como la suya y no como la del alucinado narrador, sólo verá "una serie de causas y efectos naturalísimos".

Pero, alto ahí. ¿"Naturalísimos"? ¿Por qué usar un superlativo allí? ¿Por qué no decir simplemente 'causas y efectos naturales' o algo similar? Algo está queriendo indicar ese extraño superlativo que, como un punto de luz, brilla en lo que todavía es la absoluta oscuridad del cuento por venir. ¿Qué hay de 'natural' en lo que se va a contar? ¿Qué es lo natural? ¿En oposición a qué esto es 'natural' y aquello no lo es? Et caetera. (Y aquí me permito anotar que así es como se trabaja un texto "académicamente": estas preguntas que surgen ante aquello que 'hace ruido' o que no encaja del todo funcionan como hipótesis críticas a partir de las cuales se intenta leer y desentrañar un sentido posible -no último ni final, pues el texto nunca queda 'clausurado'- para todo el texto. Me dirán: ¡pero yo cuando leo no me hago todas esas preguntas! Y yo les responderé que sí nos las hacemos, sólo que en un nivel subconciente. Así, la tarea del crítico literario es hacer concientes estos procesos de lectura). Las preguntas, entonces, pueden seguir multiplicándose y la única manera de responderlas es seguir leyendo.

Que es, sin duda alguna, lo que los invito a hacer en este preciso momento. Dejo en los links, aquí al costado derecho de sus pantallas, el texto completo en inglés y en castellano de "El gato negro", con la esperanza de que lo disfruten tanto como yo lo he disfrutado y tanto como lo he hecho escribiendo acerca de él. ¿Hay acaso algo más vivificante que escribir (hablar o el verbum dicendi que sea) sobre aquello que nos apasiona y subyuga sin más? Francamente, creo que no.

Así pues, este blog se declara absolutamente a favor de la narrativa del siglo XIX. ¡Viva!

Analía Pinto

La opinión de un autor

El jueves pasado, a raíz de la reseña que realicé sobre Me gustan sus cuernos, me puse en contacto con Antonio Elio Brailovsky para anoticiarlo de la misma. Les copio aquí, con su debida autorización, el mail que me envió en respuesta, ya que coincido con él en todas sus apreciaciones. Todas las opiniones serán bienvenidas.

Querida Analía, quiero agradecer la delicadeza de tu reseña y la creación de un excelente espacio de reflexión sobre la literatura.

Los comentarios superficiales sobre ésta u otras obras tienen que ver (además de la previsible falta de sensibilidad de quien los haga) con la conducta de las grandes editoriales, de disfrazar de literatura una producción de muy baja calidad, que no requiera ningún esfuerzo por parte del lector. Hemos pasado del lector rumiante al lector lactante, que se alimenta con un único producto sin sofisticación alguna.

Está claro que Sudamericana no publicaría hoy Cien Años de Soledad por primera vez. Joyce y Rulfo, Carpentier y Neruda pasarían a la categoría de inéditos y serían reemplazados por los Bucayes y los Dan Brownies.

Hace poco tiempo, un editor me dijo: "No puedo publicar un libro que tenga más de 200 páginas". Por supuesto, con independencia del contenido. Proust, abstenerse.

Se me ocurre que el cambio más importante de los últimos años está marcado por el tratamiento de los libros como revistas. Hay que ofrecer en quioscos y supermercados libros que puedan competir con los yogures y con las revistas de chicas desabrigadas. Y que tengan una vida útil de unas pocas semanas. Shakespeare y Virgilio (entre tantos), abstenerse.

El libro descartable siempre convivió con el libro de verdad. Hasta que los editores descubrieron que pueden vender 100 mil ejemplares del Horóscopo Chino, con lo cual perdieron todo interés en vender 500 ejemplares de Girondo.

A esto se agrega que los autores de los libros de verdad parecen dispuestos a pagar la edición de sus obras, con lo cual las editoriales las publican pero casi no las distribuyen.

Queda un pequeño resquicio para los libros de calidad, que es el de ser publicados para servir de acompañamiento al Código Da Vinci o la Vida Íntima de Diego Armando Maradona. La editorial necesita ocupar las mesas de las librerías con su sello, para así destacar aquellos libros descartables que salen con apoyo publicitario.

El efecto social aquí es que se condiciona una estética superficial. Los medios que comunicación, que viven de los avisos de quienes pueden pagarlos, no haran ninguna crítica.

Podemos agregar que las empresas no condicionan completamente el mercado sino que se amoldan a grandes tendencias de la sociedad, entre ellas la desaparición de la escuela media. Soy profesor universitario y mis alumnos han utilizado su paso por la escuela media para olvidar lo que aprendieron en la primaria. Son claras víctimas (a menudo conscientes) del modelo cultural dominante.

En este duro contexto, crear espacios para lectores rumiantes es un acto de resistencia.

Un cariño grandote.

Antonio

jueves, 2 de octubre de 2008

El deseo continuo (o las infinitas versiones de un mito moderno)

Me gustan sus cuernos - Antonio Elio Brailovsky Gracias a la iniciativa "En busca de los 1000 blogs literarios" en ocasiones accedo a excelentes blogs, con diseños cuidados y, sobre todo, con textos de calidad, ya sean de opinión o de ficción. Hace unos días, precisamente visitando un blog del que había tenido noticia por esta iniciativa, se me dio por pinchar en uno de sus posts antiguos donde el autor comentaba, rápido y mal, en mi opinión, la novela de la que quiero hablarles hoy: Me gustan sus cuernos (Buenos Aires, La Página, 2000; colección "La sonrisa vertical") de Antonio Elio Brailovsky.

Digo que el blogguer en cuestión comentaba rápido y mal esta novela porque evidentemente no entendió de qué se trataba. No comprendió que en ella se estaba recurriendo a una de las artes literarias más viejas y maravillosas, la de la parodia. No comprendió tampoco que, como una caja china o como una mamushka rusa, esta historia contiene dentro otras historias que a su vez contienen dentro otras historias que... bueno, ya me entendieron. Este blogguer no comprendió que esta novela no es sólo una excelente novela erótica (erótica en el nivel más alto, ya que erotiza aludiendo, que es la forma más efectiva de hacerlo), sino también policial y por si fuera poco es una honda reflexión sobre la literatura en sí misma y sobre el poder especial que los libros ejercen sobre aquellos que se dejan seducir por su maravilloso influjo.

Parodia, novela dentro de la novela, el poder de los libros de encantar a quien los lee... ¿no les suena conocido? Claro que sí: son exactamente esos los ingredientes de la primera novela moderna de que se tenga memoria, novela que debemos agradecer que pertenezca al acervo de nuestro idioma y de nuestra cultura. Me estoy refiriendo al Quijote, desde luego. Y la novela de Brailovsky es también, last but not least, un hermoso homenaje a la literatura y más todavía, al acto de narrar, esa ineludible condición humana, como leía hace unos días también en este muy buen blog.

Como suele suceder, la trama de la novela de Brailovsky es simple pero no lo es su ejecución y allí radica, una vez más, el encantamiento que la verdadera literatura (esto es, el oficio de orfebre del lenguaje del escritor) puede ejercer en nosotros: en una iglesia de Sevilla, que se prepara para los festejos de la Semana Santa, encuentran unos misteriosos manuscritos detrás de una enorme grieta. El cura párroco comienza a leerlos y rápidamente se da cuenta de su importancia capital y contrata a una experta en historia para que le ayude a descifrarlos y a decidir qué hacer con ellos. Los manuscritos queman de tal forma que ellos comienzan a ser amenazados para ser luego perseguidos a tiros.

¿Qué contienen los manuscritos? ¿Por qué provocan tanto revuelo unos cartapacios de hace cuatro siglos? El acierto de Brailovsky radica no sólo en presentarnos de inmediato el contenido de los mismos si no en hacer de ese contenido pequeñas novelitas en sí mismos, novelines que, además, se dan el lujo de homenajear (y parodiar a la vez, que es acaso el homenaje más sentido) a las más grandes obras de la literatura universal, entre ellas, desde el luego, el Quijote, pero también las Mil y Una Noches y las diferentes versiones de un mito moderno, pero muy extendido, sobre todo en España: el de Don Juan Tenorio.

Por eso digo que el muchacho del blog no entendió nada. Si se lee la novela en forma lineal, sin vislumbrar qué es lo que realmente está sucediendo dentro y fuera de sus páginas, es muy probable que se opine que es "aburrida", "previsible" y no recuerdo qué otros epítetos por el estilo le endilgaba. Si no se conoce al menos de oídas una novela de caballerías, los temas y tópicos que trata, los personajes involucrados, etc. el Quijote puede resultar un mamotreto infumable (en verdad opino que el Quijote es tan maravilloso que hasta puede salvar este obstáculo, pero para no pecar de imparcial me he visto en la obligación de hacer esta salvedad). Si no se sabe de las peripecias de Odiseo en su viaje de regreso a Íthaca, poco se comprenderá qué demonios quiso hacer Joyce en su Ulyses... Y así podríamos seguir un rato largo. Pero en el caso de Brailovsky no es necesario haber leído todas las versiones del Tenorio (que por cierto son varias, las más famosas de las cuales son las de Tirso de Molina, la de Molière y la de Zorrilla, pero existen muchas otras), aunque desde luego ayuda muchísimo saber de qué va el mito y más todavía haberlas leído, en especial las de Tirso (que se puede decir que es la "primera", aunque fácticamente no lo es) y la de Molière. Zorrilla, imbuido del Romanticismo de su época, le agrega otros condimentos al inefable Don Juan y lo transforma, casi, en otra cosa.

¿Y qué es lo que está sucediendo dentro y fuera de sus páginas? Fuera, como he dicho, no sólo ocurre la parodización-homenaje de estas grandes obras de la literatura universal sino también una demostración cabal del poder incantatorio de la narración: la novela se lee a tragos largos, a chorros, a espasmos, si se quiere, puesto que ha sido tan bien redactada que deja al lector, como Scherezade al rey Schariar, con ganas de más y más hasta llegar al clímax en el punto final. La novela tiene vértigo, tiene la emoción de los descubrimientos literarios e históricos que hace Laura, tiene el pánico de los balazos sorpresivos que hacen estallar las lámparas, tiene el terror de las amenazas que llegan en forma de barajas del tarot marsellés, tiene la carga justa de intriga, sabiamente dosificada, como cualquier buen policial y tiene, por si todo eso fuera poco, la capacidad de erotizar y hacer volar la imaginación del lector con las sucesivas historias de seducción y abandono que se cuentan a través de la parodia, la sátira y la reescritura.

Como se puede ver, de "aburrida", "previsible" y no recuerdo qué más nada.

Dentro de la novela, lo que ocurre son otras novelas, otros cuentos, otras narraciones y la eterna, única e imposible seducción de don Juan, que busca siempre una mujer que no puede hallar porque busca algo que está más allá de lo que nosotras, en efecto, podemos dar. Y cuando cree que esta vez sí, que con esta mujer sí lo logrará, la posee sólo para darse cuenta que con esta tampoco. Y reemprende la cacería y así cada vez, hasta el enfrentamiento con la convidada de piedra, doña Inés de Sepúlveda, acaso la única que ha amado en verdad aquel que no puede amar verdaderamente a ninguna. Dentro de la novela ocurre también la magia del lenguaje. El texto abunda en algo que se ha dado en llamar "polifonía", un fenómeno de la enunciación en el que se traen al propio discurso el discurso de otros (no confundir con "intertextualidad", que es otra cosa). El párrafo que copio a continuación debería ser citado como el ejemplo más cabal de esto (pongo los verbos en negrita para reforzar el efecto que producen así dispuestos):

"'Si no me haces el amor, lo despertaré y te comerá', le dice la mujer al caminante, cuenta Scherezade al rey, dice don Juan a la mujer sin nombre, repite ella al tribunal, lo escribe el notario Tirso con su pluma de ganso sobre la mesa oscura, pensando quizás en la obra de teatro que alguna vez hará sobre don Juan Tenorio, relee el inquisidor el testimonio en una noche fría de 1612, lo lee Laura en una habitación con las ventanas cerradas para que no puedan dispararle desde fuera, le cuenta Laura al cura, y el pobre viajero, muerto del susto, tiene que arreglárselas para satisfacer allí mismo, sobre la hierba y al lado de los cuernos y garras del monstruo, a una mujer ardiente, que por única vez en el año puede acostarse con un ser humano."

¿Aburrida? ¿Previsible? Por Dios. En este párrafo, y gracias a la maestría de Brailovsky, se pasa de un tiempo mítico (el del relato de las Mil y Una Noches que Scherezade le está contando al rey) a un tiempo literario (el de don Juan que le cuenta a una mujer, para seducirla, lo que Scherezade le contaba al rey) a un tiempo, digamos "para-histórico" (el de Tirso como inquisidor del tribunal, cargo que efectivamente ejerció) para ir de nuevo a un presente literario, que es el de la novela que estamos leyendo, que se divide a su vez en dos: el momento en que Laura lee esos testimonios y el momento, posterior, en que se los relata al cura. Entre ese primer tiempo mítico y el presente desdoblado de la novela han pasado al menos mil años, o por lo menos cuatro siglos si contamos a partir de Tirso para acá. Pero además de este alucinante maridaje de tiempos, asistimos a otro maridaje no menos maravilloso: el de voces, al que hacía referencia con el concepto de polifonía. Las voces de la historia y de la literatura se entrelazan con las voces míticas y las voces inventadas en una sola amalgama, sin que se note ni una sola costurita, ni quede ningún hilito colgando. Y todo ello se ha logrado en una única oración (aquí radica, sin lugar a dudas, el secreto de saber usar los signos de puntuación). De nuevo: ¿aburrida, previsible? Dan ganas de preguntar: ¿qué novela estabas leyendo, pibe?

Si don Juan es, según esta nueva versión del mito, el hombre del deseo continuo (y no del sexo continuo, como podría haber sido Casanova), del deseo continuamente insatisfecho, es también el hombre del disfraz continuo: siempre para lograr su único objetivo (seducir) aparece primero como el propio diablo (de allí el título de la novela) -y qué cosa más seductora que el diablo-; luego se metamorfosea en un gran contador de historias y ahora seduce apelando a los libros de caballerías en los que un noble caballero debe realizar las proezas más grandes y fabulosas para obtener el corazón de su dama o bien salvarla de los peligros más temibles para ganarse su favor eterno -y qué cosa más seductora que un hombre dispuesto a hacer las locuras más extravagantes por el amor de una mujer-; más tarde, es un "caballero muy principal" que trastornado por la lectura del Quijote seduce a la aldeana Aldonza Lorenzo haciéndole creer que en verdad es Dulcinea del Toboso y que unos genios malos han transformado su magnífico palacio de cristal y altas torres en su misérrima choza actual -y qué cosa más seductora que alguien que puede hacernos soñar hasta el punto de ver con nuestros propios ojos aquello que nos cuenta-; y así cada vez, volviéndose, tornándose aquello que las mujeres desean, don Juan las conquista sin cesar pero no consigue nunca la "saciedad del alma", la más díficil de lograr.

Y nosotras, nos dejamos engañar, al igual que nos "engaña" la buena literatura, la mejor literatura, la que realmente vale la pena leer, porque "es el gesto teatral del que engaña a quien quiere ser engañado, que va al teatro e incluso paga una entrada para que lo engañen, que pide desesperadamente una falsedad hermosa, en medio de tanta realidad brutal. Las mujeres, padre, necesitamos de un hombre que nos diga: 'Te quiero para siempre', aunque sepamos que la única verdad posible es: 'Te quiero por el tiempo que dure'."

Una falsedad hermosa, eso es la literatura, y eso es lo que la hace tan vital y necesaria, tan única, tan maravillosa, tan inigualable. Y eso es, justamente, lo que esta novela nos viene a recordar en cada una de sus páginas, como todas las obras, a su modo, deberían hacerlo.

Analía Pinto