viernes, 17 de octubre de 2008

¡No te metas con mamá Erica!

Miedo a volar - Erica Jong Ha llegado el momento de que les hable de mi madre. De mi madre literaria, al menos. Y la oportunidad me la ha brindado nuevamente un excelente blog, Papel en Blanco, aunque justamente con el redactor de esta nota (al menos en lo que toca a MI libro de cabecera para la existencia toda) no estoy para nada de acuerdo.

Prometí ayer en mis queridas curvas que iba a explicar hoy aquí qué es un "libro terapéutico" para mí. Luego de pensarlo bastante y buscando siempre que estas notas (o posteos) no sean todas iguales aunque su objetivo sea siempre el mismo ("acercar el libro al lector", cual si fuera el slógan de nuestra Feria del Libro, je je), recordé que alguna vez (más bien, varias) había escrito en mis diarios con mucha pasión acerca de mamá Erica, como yo la llamo, pero más específicamente de este libro, que sale tan mal parado en la nota de Papel en Blanco (no dice quién es el redactor, me perdonarán que no lo haya averiguado).

Tras releer aquellos viejos papeles decidí que la mejor justicia que podía hacerles, tanto a mis diarios como al libro, era transcribir los párrafos más jugosos, ya que no sólo quedará claro qué es un libro terapéutico para mí (y estoy segura que cada cual tendrá el suyo; yo tengo varios más aparte de este) sino que de ningún modo creo que Miedo a volar (Buenos Aires, Sudamericana, 1976; título original: Fear of flying; traducción de Aníbal Leal; primera edición en inglés: 1973) de la escritora norteamericana Erica Jong haya sido un libro sobrevalorado sino todo lo contrario.

Los dejo entonces con lo que escribí el 12 de diciembre del 2000 (luego agregaré algunas notas actuales; disculparán las intromisiones entre corchetes, las creo necesarias):

"Tras leer al fin Qué quieren las mujeres [libro de ensayos y artículos breves de Erica Jong] instintivamente quise leer nuevamente, por mil millón vez Miedo a volar. Probablemente no haya libro más preciado en mi biblioteca (Rayuela debe ser el otro [junto con el Quijote agrega la AP del 2008]). Probablemente no haya libro más subrayado en mi biblioteca (Rayuela, seguramente, sólo porque es más largo y tiene lecturas "técnicas", es decir, para la facultad). Probablemente no haya libro del que recuerde tan perfectamente sus primeras líneas (Rayuela, obvio, y Moby Dick, claro [que también sale mal parado, injustamente también, en la misma nota de Papel en Blanco agrego ahora]). Probablemente no haya libro que me haya ayudado más desde que cayó en mis manos ni haya libro del que haya escrito más en estas páginas [el original decía 'junto con Rayuela' pero a decir verdad, con el correr de los años he vuelto a releer muchísimas veces más, y por ende a escribir nuevamente sobre él, Miedo a volar que Rayuela, quizá porque éste último sí sea un libro en algún punto sobrevalorado, o por lo menos un libro que es mejor que quede intacto en el recuerdo porque de algún modo sabemos que no va a resistir la prueba del Tiempo, la misma de la que hablaba con respecto a Poe el jueves pasado] de toda mi vasta y heteróclita biblioteca.

Vuelvo a leerlo con la misma curiosidad y enganche y espíritu de aventura del principio. Sé exactamente lo que va a suceder con Isadora, con Adrian Goodlove, con Brian, con Bennett... no importa. A veces creo que puedo ver en mi mente el avión de Pan Am, la Universidad de Viena, el hotelucho de París donde Isadora queda varada y menstruando, la bañera donde la encuentra Bennett al final... La veo como si la película efectivamente se hubiera rodado [Miedo a volar fue tal éxito de ventas en su momento que se pensó llevarla al cine, pero el proyecto no prosperó como la misma Erica se encargó de retratar satíricamente en el siguiente episodio de la saga, How to save your own life -o, en la espantosa traducción española: "Isadora emprende el vuelo"]. La veo como si la película la hubiera filmado yo misma [creo que si un libro logra ese efecto en un lector ha logrado lo que cualquier libro de ficción que se precie de tal debe lograr]. Y así estoy tratando de hacerlo en la primera creación de entera ficción en la que estoy trabajando. Con 'entera ficción' quiero significar escribir sobre situaciones que no he vivido previamente o que no he experimentado aún, o que en verdad no sé cómo son, en un mise en place totalmente imaginario, con seres ficticios aunque levemente basados en seres reales... La influencia de Erica Jong es vital, es inapreciable, es inagotable, es algo para agradecer mientras viva.

Seguramente, nunca la conoceré ni la veré personalmente y quizá es mejor que así sea. Hay una afinidad de espíritus tan grande que no se precisa el cuerpo ni la presencia para advertir esto. Seguramente, en todo el mundo debe haber cientos de mujeres que sienten algo parecido a lo que yo siento pero la diferencia radica en que yo, además, escribo y me reconozco deudora, discípula, alumna, pobre imitadora suya, y por eso la afinidad es aún más grande. Como ella seguramente sentía lo mismo por Anaïs Nin, por poner un ejemplo también caro a mis afinidades literarias.

El día que compré Miedo a volar sabía que había conseguido algo especial pero no sabía qué tan especial era eso que había conseguido; no tenía ni idea de que había encontrado el inicio de la saga de Isadora [que le llevó a Erica cuatro libros: Miedo a volar, How to save your own life, Paracaídas y besos y el gran final, Any woman's blues -torpemente traducida al español como "Canción triste de cualquier mujer" y que me llevó años encontrar], que había encontrado un libro que había causado una suerte de revolución cuando fue publicado; un libro saludado por mi otro padre espiritual, Henry Miller. Lo que no sabía es que había encontrado a la diosa tutelar de mi vida y de mi carrera entre sus amarillentas páginas.

Lo compré, cuando apenas tenía veinte años, porque era barato, porque me gustó el diseño de la colección (la colección "Vértice" de Sudamericana, donde también brillan otras perlas de la narrativa norteamericana de los 70 como David Kaufelt, Jean-Paul Donleavy o Sandra Hochman, entre otros), porque en la librería había un gato gris enorme [en todas las librerías que se precien de serlo hay siempre un gato gordo y enorme sobre los libros: ¿será siempre el mismo? ¿vendrá incluido en el alquiler del local?] que desde luego se dejaba acariciar, porque alguna vez había registrado en algún rincón de mi memoria ese título, sin saber muy bien de qué se trataba pero con un cartelito de "interesante" bien grande... Lo compré en una librería muy vieja, en el centro, en la calle Montevideo, creo, pero no estoy segura, puesto que nunca más la encontré (como esa tienda fantasma donde Homero compra la mano de mono que cumple los deseos a costa de traer luego grandes desgracias [al redactar esto no sabía, aunque lo sospechaba, que se trataba de uno de los mejores cuentos jamás escritos: "La pata de mono" de W. W. Jacobs, cuya lectura recomiendo sin la menor dilación]). Tampoco recuerdo cómo fue que fui a parar a esa librería ya que en aquel momento solía comprar en "Mercurio" [una librería de saldos de la calle Corrientes, que luego se transformó en una librería de "libros nuevos" y perdió para mí todo atractivo. Actualmente hay un negocio de no sé qué, algo no relacionado con los libros, desde luego].

Y creo que lo leí ese mismo domingo [durante muchos años he comprado libros sólo los domingos], absolutamente atrapada desde la primera línea, el primer renglón ya tan mítico para mí como "Llamadme simplemente Ismael. Hace algunos años -no importa exactamente cuántos- hallándome sin dinero decidí hacerme a la mar..." e incluso como "¿Encontraría a La Maga?". Ese primer destello, la promesa de lo porvenir dice:

"Había 117 psicoanalistas en el vuelo de Pan Am a Viena y por lo menos seis de ellos me habían tratado. Por otra parte, estaba casada con un séptimo."

Sencillamente glorioso [hace poco escribí en otro lado que lo glorioso de este comienzo es que engancha de inmediato al lector: ¿por qué '117' psicoanalistas y no 20 o 100 o un número más redondo? Luego, el hecho de que la narradora haya sido tratada por seis de ellos y esté casada con un séptimo termina de llevar de las narices al lector, quien inmediatamente se huele que algo no anda bien... Por otra parte, como dije también allí mismo, lo que más sobresale, aunque quizá en esa primera línea no se vea aún tan claro, es el humor descarnado, tierno e irónico a la vez con el que narradora se trata a sí misma y a todos los que la rodean, amenizando situaciones que vistas de otro modo no tendrían ni pizca de gracejo o comicidad].

Algún día recapitularé todas las impresiones que hasta aquí se han deslizado y armaré un artículo o un ensayo al respecto. En el 2003, cuando yo cumpla 29 [la misma edad de la protagonista], Miedo a volar habrá cumplido 30 años: así como Erica escribió en Qué quieren las mujeres para los 30 años de Lolita [si hay alguien que aún no leyó esta maravilla de Nabokov corra ya mismo a leerla, y olvídese de las sosas versiones fílmicas!], yo escribiré, caso de seguir vivita y coleando, un artículo sobre los 30 años de Miedo a volar y, fundamentalmente, sobre la influencia que ha ejercido sobre mi humilde persona la saga de Isadora Wing. Debería hacer lo mismo con varios libros, a decir verdad" [y bien, no escribí ese artículo, pero estoy escribiendo éste en este blog, que es la materialización de aquel vago pero persistente deseo, lo cual no me parece poco].

Lo que más me irritó del comentario en Papel en blanco fue que se dijera que su protagonista es "arquetípica y antipática". Concedo en que es un arquetipo de mujer con el que yo me siento plenamente identificada (con lo cual, ha de tener bastante -¡mucha!- realidad...) pero ello no obsta ni va en desmedro de la obra. Por el contrario, si Isadora Wing no fuera el arquetipo de la mina que escribe, que es linda e inteligente a la vez (además de judía, con lo que eso implica para la cultura norteamericana) y no sabe cómo hacer para no terminar siendo una monja intelectual pero tampoco una reventada a la que dejan tirada en una ruta a París, el libro -y toda la saga que de allí se deriva, algo que parece que el o la redactora del posteo no han tenido en cuenta- no tendrían la menor gracia. Porque se trata justamente de conciliar, de algún modo, esas dos imágenes opuestas con las que las mujeres acarreamos siempre: la santa y la puta. Aderezadas, además -y aquí radica mi total identificación con el personaje/arquetipo/como quieran llamarlo-, con el hecho de tener una pasión invencible, una vocación total y absoluta por la escritura y la literatura, que la llevan a la autora a desgranar, con gran tino, citas y referencias literarias (y que relectura tras relectura me fui encargando de descifrar) para algunos quizá demasiado numerosas; para una apasionada como yo quizá escasas. Ah, y que Isadora Wing le resulte a alguien "antipática" me cuesta mucho, muchísimo, creerlo. Pero me parece que sé cuál puede ser la razón de dicha antipatía: la espantosa, horrenda y malograda traducción al español 'castizo' (es decir, al castellano hablado en la península ibérica) de Miedo a volar que tuve la desgracia de leer una vez, sólo para morirme del asco y lamentarme ante el horror en que se había convertido mi novela favorita "gracias" a un (o una, no recuerdo) traductor inepto. La traducción de Aníbal Leal es impecable y si bien emplea algunos modismos castizos, los sazona muy bien con modismos propios de nuestro lenguaje literario (atención, no de nuestro lenguaje hablado), logrando así una lectura totalmente plácida y llevadera.

Por otra parte, el redactor del posteo, habla de un "final plano". No, amigo mío. El final de Miedo a volar no es, en modo alguno, un 'final plano'. Es un final abierto, que es una cosa completamente distinta y que deja, justamente, la puerta abierta para la continuación. Porque era obvio y evidente que la historia de Isadora Wing no podía quedar allí y que debía seguir, como efectivamente siguió. Entonces, después de la famosa escena de la bañadera, la encontramos en el siguiente libro, algunos años después y con nuevas aventuras bajo el brazo. Tampoco pareció entender el redactor de la nota, acaso porque no conoce la filiación literaria de Erica Jong, que es la literatura inglesa del siglo XVII y XVIII, que Isadora Wing es una heroína como lo son las protagonistas de sus otras novelas fuera de la saga: la actriz Jessica Pruitt en Serenissima, pero muy especialmente Fanny Hackabout-Jones en Fanny, una reescritura picaresca y maravillosa de la novela erótica de John Cleland Fanny Hill. Sólo así alguien puede ver tan poco en un personaje y en un modo de hacer literatura tan rico.

Analía Pinto

P. D.: Francamente, podría seguir escribiendo varios párrafos más al respecto pero creo mejor poner un punto aquí. Me quedo incluso con ganas de transcribir varios párrafos de la novela, pero me parece mejor invitarlos a leer la página oficial de Erica Jong a aquellos que sepan inglés y a los que no, a consultar un excelente libro sobre la narrativa de Erica, escrito por una argentina (que no soy yo, pero que me hubiera encantado serlo!): Erica Jong. Cuando el diablo pone cara de mujer de Graciela Beatriz Domínguez (el título hace referencia a la biografía de Henry Miller que Jong escribió, El diablo anda suelto).

3 comentarios:

Rorry_la Charo dijo...

Hola
Buscando en la web un párrafo de "Miedo de volar" llegué a este artículo.
Comparto tu experiencia. Tambien lo compré en 1976 y me impactó.
Especialmente: "En los tiempos en que los hombres cazaban y hacían alarde de su fuerza, y las mujeres se pasaban la vida preocupadas por el embarazo o muriendo de parto a menudo había que forzarlas. Los hombres se quejaban de que las mujeres eran seres fríos, insensibles, frígidos. Deseaban que fueran seductoras. Las querían apasionadas. Y ahora, las mujeres estaban aprendiendo a mostrarse seductoras y apasionadas ...¿y qué ocurría? Los hombres se retraían. Era una situación sin salida..."
Es que Erica escribía lo mismo que yo les había dicho a muchos amigos varones 7 u 8 años atrás, cuando tenía 18 años.
Un placer leerte.
Saludos
Rorry

Ignacio Parodi dijo...

se llamo james patrik donleavy, no Jean Paul

Unknown dijo...

Yo leí "Miedo a volar" con 17 años, y la acabo de volver a leer con 52. ¿Resultado?. La historia de Isadora no solo ha vuelto a divertirme y emocionarme por su sinceridad, valentía y honestidad, sino que he visto pasar por delante mi propia vida, he sentido más que nunca que Isadora podríamos ser cualquiera, y me he lamentado porque cuarenta años después de su publicación las cosas hayan cambiado tan, tan, tan poco...
Quiero destacar también que su clasificación como novela erótica me parece taaaaaaaaaaaaan insuficiente e inadecuada... es una novela confesional donde habla el alma. Ciertamente cuando la leí siendo una adolescente me pareció básicamente erótica. En cambio leyéndola ahora me he dado cuenta de que las escenas "subidas de tono" son francamente anecdóticas...