jueves, 4 de diciembre de 2008

"Iridium" o mi primer libro

Moby Dick - Herman Melville No sé si todos recuerdan el primer libro que leyeron. No me refiero al primer cuento que les contaron o que recuerdan que les contaron sino al primer libro que tomaron de un estante, una mesa o un escritorio y se sentaron, con todo el tiempo del mundo por delante, a leer.

El primer libro que yo leí fue El Principito. Nadie me lo leyó, pero me lo regalaron durante la convalescencia de alguna enfermedad, no recuerdo cuál. Tenía seis, quizá siete, años. Era de noche, era invierno (recuerdo que tenía puesto el piyama de los Parchís o quizá éste sea uno de esos recuerdos que se superponen a otros) y mi padre vino con El Principito de regalo. A pesar de que lo leí y lo amé desde entonces, ése no fue mi "primer" libro leído de motu propio. El primer libro que leí de esa forma fue Moby Dick.

Tendría ocho, quizá nueve años. Acaso me acercaba ya a los diez. Estaba en la casa del mejor amigo de mi papá, Roberto, uno de esos locos lindos que saben navegar, cazar, viajar y contar historias como nadie. Uno de esos locos lindos que un día, casi sin explicación, se matan. Y digo "casi sin explicación" porque es seguro que detrás de ese carácter dicharachero y divertido había escondida una tristeza enorme, que ni siquiera el amor de una mujer y de un nuevo hijo pudieron mitigar. Ese loco lindo tenía en su casa armas, arpones, redes de pesca, planisferios, hasta una armadura si no recuerdo mal (pero es muy posible que recuerde mal) y también libros. Fanático de los Beatles, montado en su Citroen color amarillo rabioso, solía contar las anécdotas más fabulosas (y tenía fotos para probarlas), sabía palabras rarísimas (como "Epaminondas") y siempre me hacía desternillar de la risa. Tenía también una hija de mi edad y una madre muy anciana, que apenas podía subir las empinadas escaleras de su casona de Bernal.

La casa todavía está. Quién vive allí ahora es un misterio para mí. Qué habrán hecho con la hamaca -hecha con una goma vieja- que colgaba del nogal también. Ojalá la hayan conservado, o restaurado, porque era el lugar ideal. Era el lugar ideal para sentarse a leer un libro. Y sobre todo este libro. No sé por qué ni a cuento de qué me lo prestó. No sé qué día era, pero era una época en la que yo pasaba mucho tiempo con él, con su nueva mujer, Patri, con su bebé recién nacido, Andrés, y con mi padre, desde luego, viudo desde hacía muy poco a la sazón. La casa tenía un enorme fondo, donde armaban la Pelopincho color naranja, con sus esquinas de metal que siempre quemaban al sol. Pero ese día, esa tarde, no recuerdo que haya habido pileta. Quizá era primavera. Quizá era un día de verano todavía fresco. Todo lo que recuerdo es que Roberto me dio el libro y yo, poseída desde aquel instante, fui a sentarme a la hamaca y sin más trámite, con el libro en mis rodillas (tal vez fuera verano después de todo, tal vez fuera después de salir de la pileta con las uñas moradas y las yemas de los dedos arrugadas de tanto chivear en ella), me puse a leer. Y no pude dejar de leer nunca más.

Tal fue el sortilegio (palabra que aprendí en ese momento, en ese mismo libro) que el primer libro que me compré de motu propio, unos pocos años después, en una librería de Santa Teresita, fue otra novela de Herman Melville, Billy Bud, marinero, aplicando la misma lógica que he aplicado durante años a la hora de comprar libros: si un libro de un autor me gustó, es muy probable que otro libro suyo también me guste. Y si bien Billy Bud no es tan emocionante como Moby Dick, esa novelita sobre un marinero de un barco mercante también tiene lo suyo.

Pero de lo que quiero hablarles hoy es de "mi" edición de Moby Dick. Todavía conservo, más de veinte años después, el libro que me prestó ese día Roberto. Nunca se lo pude devolver, no sólo porque nunca pude dejar de leerlo una y otra vez, sino porque uno o dos años después y no más, tomó una de las escopetas que había en su casa, la tomó de su panoplia (otra palabra que aprendí allí mismo) y se pegó un tiro. Por qué, nadie lo sabe todavía. Pero yo siempre guardé ese libro como el tesoro más preciado de mi colección porque fue, reitero, el primero que verdaderamente leí en mi vida. Y si les quiero hablar de esa edición es porque, ¡oh sacrílega de mí!, no se trata de la versión original.

La colección "Iridium" (que en latín quiere decir "piedras preciosas") de la editorial Kapelusz se especializaba en literatura para niños. Nótese que no he dicho "literatura infantil" una categoría (si tal existiera) que me pone los pelos de punta no más nombrarla porque rebaja a los niños a seres estúpidos, sin cerebro y sin fantasía, incapaces de 'digerir' la "literatura para adultos" (otra perogrullada, pero lo pongo así para que se entienda lo que quiero decir) a los que entonces hay que empezar a adiestrar con cosas "adecuadas para su edad" (y los editores se encargan entonces de decirnos de qué edad a qué edad puede ser leído ese libro, etc.). El día que sea madre haré hasta lo imposible para evitar que mis hijos caigan en esa trampa y leerán libros normales como leyó su madre y como todos deberían leer. Porque nada es más adecuado que los libros que la colección "Iridium" (por no citar la legendaria "Robin Hood" de la editorial Acme) ofrecía, puesto que eran libros, básicamente, de aventuras. ¡Aventuras en exóticos -pero reales- países, con exóticos personajes, con paisajes fantásticos, donde la imaginación campea y se foguea en su eternidad para siempre! ¿Qué otra cosa desea un niño más que vivir aventuras? ¿Existe acaso algo más delicioso que ser un día pirata, otro ballenero, otro vaquero, otro detective, otro caballero medieval, otro centurión romano y así sucesivamente? ¿Existe algo más delicioso que sentarse a leer un libro que ofrece todo eso con sólo deslizar los ojos por sus páginas?

Francamente, no lo creo. Algunos de los títulos de esta colección iluminarán adecuadamente lo que acabo de decir: El lago Ontario (Fenimore Cooper), Robinson Crusoe (Defoe), Red Kid de Arizona (Guillot), Grishka y los piratas (Guillot), El juramento de Davy Crockett (Muray), Ivanhoe (Scott), La isla del tesoro (Stevenson), Ben Hur (Wallace), El faro del fin del mundo (Verne)... La lista podría seguir. Tal vez a los niños actuales estos nombres les resulten completamente desconocidos, a lo sumo anodinos, pero cuando yo era chica soñaba con leer todas y cada una de esas obras y ser alguien distinto cada vez.

Lamentablemente, es el único tomo de la colección "Iridium" que poseo, por lo que no sé si éste era un procedimiento habitual o si se limitó sólo al caso de Moby Dick. Me refiero al hecho de que no se trata de la versión original de la novela (extensa, farragosa, excesivamente científica en ocasiones, excesivamente presbiteriana en otras, entre otras muchas cosas) sino de una versión condensada. Tardé muchos años en comprender el verdadero alcance de esta condición. Y aunque siempre defenderé las versiones originales -y a ser posible leídas en su idioma original (como hice justamente con Moby Dick muchos años después, cuando ya estaba en la facultad)-, en este caso, si me preguntan, yo me quedo con la versión condensada, con la que leí primero bajo la nostálgica sombra del nogal, en mi cama después, en incontables ocasiones a lo largo de los años.

Tengo la versión original, sí. No en inglés, que esa la leí gracias a la biblioteca de la Facultad de Humanidades. Pero aunque tengo la versión "completa", nada se compara al vértigo de la versión condensada, puesto que la novela ha sido aligerada de todos aquellos 'lastres' con que Melville, quizá por impericia, quizá para impresionar a su amigo y colega Nathaniel Hawthorne (de quien espero hablarles algún día), quizá por innovar, abarrotó (otra palabra aprendida en sus páginas) el texto: el sermón del padre Mapple o el catálogo completo de cetáceos ("Cetología") fueron extirpados sin dolor alguno en mi versión de la novela. Cualquiera diría que mutilar un texto, aún cuando se quiera hacer un bien y beneficiar a las mentes infantiles, es un crimen, un pecado, etc. Como autora de textos varios no podría estar más de acuerdo. Pero como editora también tengo que acordar en que el texto gana mucho más sin esos y otros extensos pasajes, gana sobre todo en vértigo, verosimilitud y en tensión narrativa. Estos pasajes "dilatorios" -como los muchos que hay intercalados en El nombre de la rosa, de Umberto Eco, otra de mis novelas ultra favoritas- no hacen sino retrasar la acción principal, nos sacan del foco, no nos dejan ver desde la cofa de trinquete el chorro reluciente de la ballena sobre las nada pacíficas aguas del Pacífico, por así decirlo. Y, para la mente infantil, digamos, nada mejor que lanzarse a la acción sin dilación alguna.

Mejor dicho: para la mente ávida de aventuras, para la mente demente, para la mente emimentemente narrativa, para la mente definitivamente encantada por la literatura, nada mejor que la acción pura, que las chalupas (otro término que aprendí allí) bajando del Pequod velozmente a la caza de un cachalote, nada mejor que ver la decepción grabada a fuego en el rostro curtido de Acab cada vez que lograban cazar uno, puesto que no era Moby Dick... ¡Persecuciones vibrantes en el mar, imposibles de filmar, a pesar de todos los intentos, desde aquella inigualable versión con Gregory Peck como Acab hasta la correctamente incorrecta de Hallmark! Y digo 'correctamente incorrecta' porque, entre otras cosas, se tomaron la atribución de transformar al hermoso, valeroso y especial caníbal Queequeg, el mejor arponero del Pequod, el elegido del primer oficial Starbuck, el compañero inseparable de Ishmael, en un vulgar y cualunque maorí, cuando en ningún sitio se dice que Queequeg provenga de allí sino "de Rokovoko, pequeña isla muy distante situada al sudoeste. Es inútil que la busquéis en un mapa. Perderíais el tiempo. Además, ya debéis haber notado que los países interesantes jamás figuran en los mapas".

Es una de mis citas favoritas de Moby Dick. Y juro que busqué Rokovoko en un mapa y desde luego, no la encontré. Y busqué también, con la ayuda de Roberto, la legendaria isla de Nantucket, desde donde partió el Pequod hacia su destino final y ella sí estaba, como la cuna de balleneros que siempre fue.

A fines del 2005 el diario Página/12 sacó una edición en tres tomos de Moby Dick. Diligentemente, fui y me la compré, pero nunca pude terminar de leerla. Comencé peleándome con ella desde la primera oración (o más aún, desde el hecho de que no figura quién es el traductor y todo lo que dice es "Traducción Página/12": ¿hay que colegir de allí que todo el diario se abocó a la hermosa tarea de traducir a Melville? Francamente, lo dudo), ya que los innominados traductores se toman una atribución en absoluto autorizada por el texto inglés. La primera frase, emblemática, simbólica, paradigmática, de la novela es, "Call me Ishmael" o, como traduce "mi versión": "Llamadme simplemente Ismael", pero no, como la traducción docense dice "Pueden llamarme Ismael, estamos en confianza". De dónde sale ese "estamos en confianza" es un misterio con el que me resistí a luchar pero que ya de entrada nomás me cayó muy mal. Sobre todo porque el texto inglés es perentoriamente claro al respecto y está diciendo, está casi gritando, que el narrador no se llama realmente 'Ishmael', invitándonos así a entrar en el puro terreno de la fantasía, pero dejando, en ese mismo instante, todo el mundo 'real' atrás.

El mismo horrible y chato mundo que vuelve a abrirse después de este bellísimo, doloroso e inigualable final:

"Al segundo día divisé una nave; se acercó y me recogió a su bordo. Era el Raquel. Buscando siempre a su hijo, sólo encontró a un huérfano."

Analía Pinto

5 comentarios:

Cristian M. Piazza dijo...

Hola Analía,

Comparto lo que dices sobre la"literatura infantil", me da terror revisar esos anaqueles y el simplismo reduccionista que quieren aplicar. Yo a mi nena le pienso leer el cuento de navidad de Dickens y el Mago de Oz, entre tantas cosas.

Hace un año escribí (¿serán las fiestas?) algo sobre las primeras lecturas. Moby Dick estuvo en mi lista. Justamente leyéndote pensé en volver a colocar la misma entrada (cosa que nunca hice hasta ahora); me doy cuenta que los blogs son como el diario, la noticia fresca es la única que se lee.

Si querés pasate por diciembre 2007 a ver si das con el texto.

Beso

Espero no aburrirte con mis comentarios.

maite dijo...

hola analia mi monbre es maite y tengo 15 años.
todos los años voy a la feria infantil de libros y el unico lugar donde veo los libros de iridium es en la biblioteca, que obviamente no los vende.
eso de que los libros son infantiles o no, tenes razon, NO EXISTE : a los 8 años lei Mujercitas (Alcott) y lo entendi todo; hasta hoy sigo leyendo esos libros y tambien los entiendo
mi consulta es la siguiente: quisiera saber si conoces a alguien que tenga libros de iridium y que los quiera vender
si conoces a alguien, por favor hacemelo saber. mi mail es maiteguevara@hotmail.com
muchas gracias!
maite.

Unknown dijo...

Hola Analía, buenisimo tu artículo, a mi me pasó exactamente lo mismo: el Moby Dick de Iridium es para mí, la "versión original". El otro día, ví a mi hija de 12 años leerla, y me emocioné sobremanera... no podía ser de otra forma... Saludos y muchas gracias.

Unknown dijo...

Hola Analía, gracias por compartir tus recuerdos. Te cuento que a mi me pasó algo muy parecido: para mí la "versión original" de Moby Dick va a ser siempre la de Iridium. Yo leí "Grishka y Su Oso" y luego Moby prestados desde la bibilioteca de mi querido colegio primario. El otro día no pude menos que emocionarme cuando vi a mi hija de 12 años que estaba leyendo su primer libro... era el condensado de la famosa colección... pero como debía ser, no le dije nada. Saludos y nuevamente gracias.

usagi dijo...

tambien tengo algunos de la coleccion iridium que consegui en una vieja libreria pues ya no se editan.de esa coleccion me gusta la serie los conquistadores de lo imposible, de ciencia ficcion. solo 6 libros traducidos pero hay mas que no fueron traducidos.