jueves, 25 de marzo de 2010

Sensual, exquisito y singular

Así defino a André Pieyre de Mandiargues (1909-1991), un escritor francés que me fascina y que, desde luego, no es conocido. Aunque muchos lo califican directamente de erótico, para mí va más allá del mero Eros porque abarca la sensibilidad toda y por eso prefiero usar el término "sensual". Hace poco tuve la enorme dicha de encontrar uno de sus libros, La muchacha debajo del león (editado en nuestro país por Sur, desde luego), en una mesa de libros usados, saldos y otros rezagos. Del mismo modo encontré los otros dos libros suyos que tengo: el que hoy me ocupa, La motocicleta, y Al margen, acaso uno de los más difundidos, que transcurre en el Barrio Chino de Barcelona (cualquier cosa que esté relacionada con Barcelona para mí ya es lo suficientemente interesante, no importa de qué se trate; y este es libro es una auténtica maravilla).
Pero el libro que quiero comentar es el primero que llegó a mis manos, La motocicleta. Según anoté en su segunda hoja, lo compré en la librería Lenzi de La Plata. Para aquellos que no tengan la dicha de conocerla, la librería Lenzi es uno de los más bellos tesoros platenses (junto con la catedral, el bosque, el Museo, las plazas, los tilos y las diagonales, digamos), y lo es por la sencilla razón de que los libros allí no parecen agotarse nunca. Si uno deja pasar algunos años entre una visita y otra se encontrará siempre con que, mágicamente, florecieron nuevos estantes allí donde antes había un espacio vacío y más libros han venido a ocupar su lugar. No es exagerado ni hiperbólico decir que sus estanterías van desde el techo hasta el piso y que cubren todo el local, un arltiano local largo y profundo, aunque sin la sordidez del que describe Silvio Astier en El juguete rabioso
Pero lo que a mí siempre me intrigó y pobló mis sueños más recurrentes es el misterioso sótano donde el señor Lenzi guarda, estoy segura, incunables, libros raros, descatalogados, apócrifos, imposibles y hasta seguramente varios grimorios y alguna copia pirática del Necronomicon y del Onceno Tomo de la Anglo-american Cyclopaedia... No he sido bendecida con la gracia de descender a ese magnífico infierno de libros pero lo imagino aún más grande que el local superior, abarcando quizá la manzana completa o, por qué no, la ciudad entera; cual biblioteca de Babel debe contener millares de estantes que conforman un laberinto imposible u octogonal como el de El nombre de la rosa... En fin, delirios de una bibliómana sin recuperación posible. 
Vuelvo. Lo cierto es que me hubiera gustado releer La motocicleta para esta ocasión pero los tiempos tiranos no me dieron respiro para hacerlo. No obstante, una hojeada en diagonal (es decir, pasar cada página y detenerme en los subrayados) ha sido suficiente para volver a ese mundo onírico y maravilloso que se va desplegando página a página igual que la moto de Rebecca Nul, la protagonista, va hendiendo las rutas de Francia a Alemania... El argumento de la novela podría resumirse en la siguiente pregunta: ¿Qué no haría una mujer por su amante? Estimo que nada. Y nótese que dije "amante", no esposo ni marido. Por el esposo o el marido haría, pienso yo, lo que hacen todos: lo mínimo indispensable. Pero ¿por el amante...? Por el amante haría las cosas más extraordinarias, como enfundarse en un traje de cuero negro revestido de piel y atravesar rutas y fronteras sólo para llegar a su cama lo más pronto posible. Por el amante cabalgaría en una moto-furia negra y cromada, por el amante atravesaría insoportables controles de aduana, sonrisas lascivas y comentarios obscenos. Por el amante se dejaría desnudar y estaquear sólo para que él pudiera disfrutarla más y mejor. Por el amante todo. Por el marido probablemente nada.
Juzgo mejor que cualquier otra cosa que yo pueda decir copiarles algunos fragmentos de la novela, no tanto por lo que cuentan sino por cómo lo cuentan. Sólo allí puede apreciarse el exquisito arte de Mandiargues, la enorme poesía de prosa sensual, surreal, de un voltaje erótico tan alto como refinado; sólo allí se nota la mano de un verdadero gourmet del lenguaje, de lo que a mí misma me encantaría ser (y denodadamente trato de ser) como escritora. Me fascinan los escritores que tienen el don, la bendición, la gracia, la facilidad, el regalo de los dioses de hacer el amor mientras escriben, de hacerles el amor a las palabras, las frases, los párrafos; de, en definitiva, hacerle el amor a ese lejano fantasma que los leerá un día y se sentirá deliciosamente abrumado y apabullado, rojas y ardientes sus mejillas, su ritmo cardíaco acelerado, la sangre mareada y revuelta, el cuerpo tenso y laxo a la vez, todo porque un escritor supo cómo hacer que el lenguaje le obedeciera sin más: 

- "Ella no había cedido al consejo de los pájaros para que la tomara él, y además se sentía orgullosa como un caballero dentro de su armadura cuando se había revestido de su mono de cuero y se apoyaba en la motocicleta como en un corcel enjaezado, y tenía conciencia de que había que elegir al vencedor para remitirse a su discreción, rendirse a él con toda humildad y dejar que él deshiciera su coraza. Era lo bastante hembra, a pesar de su aspecto de muchacho, para no esperar de una coraza nada mejor que la dicha de la capitulación y el placer de la derrota."

- "Luego la línea recta vuelve durante una decena de kilómetros, hasta Soufflenheim, y esta rectitud con la que el espacio está cortado como a cuchillo da cierto vértigo que puede compararse al de la plomada, porque atrae como un abismo profundamente vertical al que se asomara uno. Extraño encanto de la línea de abeja, ¿se sabrá nunca lo que impulsa al insecto a lanzarse en línea recta, de tal modo, si será embriaguez, felicidad, rabia, sed de llegar al fin de su existencia, o cierto sentido del espacio de que el hombre no ha estado dotado nunca pero que sospecha con tal ocasión?"

- "Porque querría estar al lado de Daniel Lionhart, sujeta a los deseos y a los dedos de Daniel con tanta obediencia como al aire las ramas de abeto, como ellas paciente y estremecida, dispuesta a expandir su polen al menor toque, sin tregua ni medida."

- "¿Sería la vida humana, en realidad, sólo una serie de escalones, algo así como los rápidos en el curso de un gran río cuyas partes tranquilamente navegables se descienden con indiferencia o aburrimiento?"

- "'Rebecca', pronuncia ella, complaciéndose en llamarse en el momento en que a ciento sesenta kilómetros por hora aproximadamente corre hacia el lecho en que sabe reposa aquél a quien va a entregarse, aquél por el que desea ser tomada, aquél en quien un tigre y Dios caen siempre a una sobre ella y la desgarran."

- "Deleatur... Daniel, pedagogo, aprobaría verla pensar en latín la aniquilación de su esposo, y la ensalzaría con un cumplido colocándola cabeza abajo, con los lomos al aire, ofrecida al pillaje como a las abejas las bellas flores de la glicina."

- "(...) ella se siente sobre todo embargada por una vida enormemente potente y provisionalmente contenida, que el dedo de su amante pondrá en comunicación con el universo cuando se acerque a su cuerpo."

Analía Pinto

jueves, 11 de marzo de 2010

Las hipálages borgeanas

A esta altura del partido pareciera que ya nada nuevo se puede decir sobre Borges. Sin embargo, dicho aserto, propio de los conformistas de siempre, no es cierto. Siempre se puede decir algo nuevo, original, novedoso o, por lo menos, interesante sobre Borges. Un gran autor, como una gran obra, nunca se agotan. Y en cuanto a Borges como a otros gigantes de la creación, existen tantas lecturas posibles como lectores los sobrevengan. 
Así pues, debo este posteo a una feliz circunstancia. Me encuentro realizando un curso sobre Borges en el C. C. Borges (no tienen excusas para perdérselo porque se repetirá en abril) y decidí aprovecharlo como pretexto para escribir sobre él aquí. Desde luego, es más que evidente, que Borges nunca podría ser considerado un autor "abisal", es decir, poco o nada conocido. Su nombre es casi tan famoso en el mundo como el de Maradona (secretamente, espero que lo sea más). Su nombre es, en mi opinión, sinónimo de literatura, lisa y llana. Su nombre dio nacimiento también a un adjetivo que le es propio ("borgeano"), honor que comparte con otros dos monstruos de la literatura, a quienes con toda seguridad idolatraba: Cervantes ("cervantino") y Kafka ("kafkiano"). No sé cuántos escritores podrán decir lo mismo en las próximas centurias. 
Como ya mucha gente, mucho más capacitada que yo, ha desgranado centenares de volúmenes acerca de Borges y todas las cosas imaginables (Borges y la matemática, Borges y la ciencia ficción, Borges y la filosofía, Borges y Borges, Borges y Kodama, Borges y su madre, Borges y las mujeres, Borges y Bioy Casares, Borges y Cortázar, Borges y los laberintos, los tigres y los espejos, Borges y Blake, Swedenborg, Chesterton, Stevenson, Schwob et alia, Borges y la Biblia, Borges y Lugones, Borges y la biblioteca, Borges y la ceguera, Borges y Evaristo Carriego, Borges y los compadritos, Borges y la mitología griega, Borges y los militares, Borges y la crítica, etc.) yo tengo, para decirlo a su propio modo (la imitación también es uno de los modos del homenaje), un propósito más modesto. Me interesa hablar aquí de una figura retórica poco conocida, con un nombre hermoso y que abunda en uno de sus libros menos frecuentados, Historia universal de la infamia (1935): la hipálage. 
Historia universal de la infamia es una maravillosa "estafa" borgeana, si me permiten la (i)rrespetuosidad. Borges era un gran embaucador, lo que quiere decir un gran fabulador, no un mentiroso ni un impostor. Su sabiduría era todavía más vasta de lo que sospechamos, pero siempre tuvo el buen gusto de disimularla. Cuando digo que Historia... es una gran estafa me refiero principalmente a dos cosas: su rimbombante título, lo que da cuenta de que es un libro de los inicios, de un Borges "en formación", por así decirlo; y su escondida novedad: no son cuentos, tampoco son historias, son, como dice en el prólogo a la primera edición, "ejercicios de prosa narrativa". Son, también, veladas imitaciones de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, un libro delicioso de apócrifas (pero verosímiles) biografías de personajes reales (entre ellas, figuran las de Empédocles, Lucrecio, Petronio, Frate Dolcino, Pocahontas y Ucello).
Y es que hasta el propio Borges tenía sus dudas y sus temores a la hora de escribir. Así, escribir estos "ejercicios", en los que mezcla ficción, fábula, historia e imaginación, le resultaba menos intimidante que escribir cuentos, materia en la que luego descollaría no ya a nivel nacional sino, ahora sí, universal. No obstante lo cual, el volumen presenta un cuento, "Hombre de la esquina rosada", que no es, a pesar de ser uno de los más difundidos, tanto por su permanente presencia en la "épica" borgeana (por pertenecer al sector de los compadritos), así como por su perpetua reedición en innumerables antologías, de sus mejores cuentos. De hecho, creo que es bastante mediocre y él mismo lo reconoce así en el prólogo de 1954 a Historia... Y no es, en modo alguno, el texto más interesante del volumen. 
Incluso creo que lo más interesante del volumen (aquí los eruditos dirían "una de las claves de lectura de toda la obra borgeana") se encuentra en ese mismo prólogo a la edición de 1954, con un Borges ya "formado" y plenamente consciente de hacia dónde debía dirigir sus pasos en el mundo literario, puesto que no era ya aquel "tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias". Dice allí, vía Bernard Shaw, que "toda labor intelectual es humorística". Estimo que cuando se comprende esta sencilla verdad, no hay texto alguno de Borges que pueda ser tachado de abstrusidad, de ininteligibilidad ni de cualquiera de las otras lacras que suelen endilgarle los envidiosos y los espíritus rastreros a los textos de Borges. Borges siempre fue, a semejanza de su maestro Macedonio Fernández, un humorista excepcional, un cultor del humor y la ironía más elevados. Claro, en lugar de recurrir a la fácil chabacanería, Borges eligió como plaza del humor la literatura y la cultura libresca en general. 
Pero, como siempre, me voy por las ramas (sepan disculpar, sostengo que la literatura y la escritura en general es el desbordarse y dispersarse por los vericuetos más insospechados eternamente). De lo que quería hablarles era de la hipálage, esa hermosa figura retórica de la que creo he hablado aquí anteriormente (*). El diccionario de la Real Academia Española la define así: 

hipálage.

(Del gr. ὑπαλλαγή, cambio).

1. f. Ret. Figura consistente en referir un complemento a una palabra distinta de aquella a la cual debería referirse lógicamente. El público llenaba las ruidosas gradas.

Real Academia Española © Todos los derechos reservados


Pero esta definición, como casi todas las que pueblan las abultadas páginas del DRAE, es manifiestamente insuficiente. Procuraré ser lo más clara posible: la hipálage es una variante de la sinécdoque, a su vez uno de los modos de la metonimia. ¿Qué es una metonimia? Es aludir a algo a través de una de sus partes o de alguna de sus características más relevantes. Por ejemplo, uno podría decir que Schumacher (o Marcos Patronelli, para hacer honor a mis compañeros florenses) es "un gran volante", donde 'volante' hace referencia a una de las partes de que se compone el instrumento de trabajo del citado piloto. Una sinécdoque es aquella metonimia en la que se toma la parte por el todo, como en el mismo ejemplo de Schumacher (con 'volante' se hace referencia a todas sus habilidades como piloto). Pues bien, una hipálage es entonces remarcar una característica de algo vinculado al todo o a las partes de manera elíptica, en tanto se nombra aquella característica pero aplicada a otra cosa... 
Veamos un ejemplo mejor que el proporcionado por el DRAE, citado por el propio Borges en, si no recuerdo mal, su texto sobre Lugones: "a la luz de la estudiosa lámpara". Las lámparas, de por sí, no son "estudiosas" ni ninguna otra cosa. Por lógica, son simplemente lámparas. Sin embargo, en la hipálage se supone la presencia de algo que no está nombrado sino a través de una de sus características más relevantes. En el caso del ejemplo, hace referencia a una persona estudiosa. Esa cualidad, por transitividad (otra característica de la metonimia), se pasa a la lámpara bajo cuya luz esta persona -no aludida directamente- se encuentra. Es, por lejos, una de las figuras retóricas más bellas porque supone una presencia (animada) que explícitamente no está allí pero que implícitamente aparece gracias a esta trasposición. 
En los textos de Historia... abundan las hipálages, en consonancia con el espíritu todavía barroco, según la propia afirmación borgeana, de que está impregnado el libro. Pasemos revista a algunos ejemplos: 

-"Parece que se alimentaba muy poco y que solía recorrer descalzo las grandes habitaciones oscuras, fumando pensativos cigarros." (El sujeto de "pensativos cigarros" es tácito en esta oración y se encuentra explícito en la anterior; se trata de Lazarus Morell, el atroz redentor. El pensativo, por supuesto, es él). 

- "Su plan era de un coraje borracho." (Sigue refiriéndose al mismo Morell: nótese cómo funciona la hipálage desplazando las referencias. No se dice que Morell urdió su plan en plena borrachera si no que lo animaba un coraje "borracho", es decir, producto del alcohol, por tanto efímero, por tanto destinado al fracaso). 

- "Las riberas despavoridas" (Subtítulo de una de las partes de "La viuda Ching, pirata", que fue el que me dio la idea original de este posteo, por la genialidad de aludir al triunfo de "los seiscientos juncos de guerra y los cuarenta mil piratas victoriosos de la Viuda" sobre las aldeas de las riberas del Si-Kiang con esa simple construcción: no son sólo ya los habitantes de las márgenes de ese río los despavoridos por el poderío pirático sino las propias riberas. El pavor es tal que pasa de las personas al suelo del que éstas huyen). 

- "Al fin los dos ilustres malevos conferenciaron en un bar, cada uno con un cigarro de hoja en la boca, la diestra en el revólver y su vigilante nube de pistoleros alrededor." (Nótese cómo una vez más lo importante es cómo se dicen las cosas y no tanto las cosas que se dicen: Borges, en lugar de decir "con su nube de pistoleros vigilantes alrededor" recurre a la hipálage y desplaza la referencia de 'vigilante' hacia la nube, es decir, hacia el conjunto compacto y cerrado de pistoleros, todos atentos al menor movimiento, que acompañaba a los gángsters. De este modo, se asegura no sólo la atención del lector sino que hace que una imagen convencional adquiera una fuerza inusitada: no es lo mismo "una nube de pistoleros vigilantes" -la opción lógica- que "su vigilante nube de pistoleros alrededor").

Creo que estos ejemplos bastan para comprender de qué se trata y cómo funciona este mecanismo verbal que puede realzar, con apenas una trasposición bien lograda, no ya una frase o un párrafo sino todo un texto. La literatura borgeana es pródiga en este tipo de recursos. En la misma Historia... abunda otra de sus "marcas de autor" que lo harían tan famoso y reconocido: la enumeración caótica, o por lo menos la enumeración acumulativa (si me permiten el pleonasmo) y desaforada que llegaría a su punto cúlmine en el cuento "El aleph" (¿No saben qué es un aleph? ¿ni un mizrah? ¿Todavía no lo leyeron? ¡Corran a leerlo! Lo pueden encontrar acá). 

Analía Pinto, una borgeana irredenta.

(*) Buscando este enlace me encuentro con que allí, en el posteo sobre Roberto Mariani, doy otra explicación acerca de qué es una hipálage y dicha explicación se comprende mejor que la que tan alambicadamente he dado ahora aquí. Sin embargo, dejo a cargo del lector elegir qué explicación le gusta o conviene más, puesto que ninguna de las dos es incorrecta ni se invalidan mutuamente, aunque la que doy en el posteo citado es, si la memoria no me engaña, más acertada. Pero reitero que no invalida la que ensayé aquí y, por ende, tampoco invalida el análisis realizado después. Lo anoto a título de sorprendente (je je) curiosidad. 

jueves, 4 de marzo de 2010

Que el mundo arda a través nuestro

Acabo de terminar de leer uno de los libros más vivificantes y estimulantes que he tenido el placer (el honor diría) de leer en mi existencia. Se trata de Zen en el arte de escribir, de Ray Bradbury. Por cierto que Bradbury es un autor lo suficientemente conocido como para no ser considerado un autor "abisal", pero estoy segura de que este libro es el menos frecuentado de su producción lo que constituye, sin el menor desmedro por el resto de su obra, una verdadera pena. 
Nada entusiasma más a un escritor que leer cómo otro escritor se las arregla para crear sus metáforas y sus mundos cada día (a propósito, les recuerdo este post y este otro). Nada entusiasma más que ver a un artista devoto de su obra y de su labor, comprometido firmemente con dar lo mejor de sí en cada momento, aferrado a convicciones imposibles de soslayar como las que mantienen a Bradbury produciendo todo el tiempo. Las mismas que sostienen todos los que han hecho algo que valga la pena de ser recordado en el mundo de la literatura. A saber: a escribir se aprende escribiendo. Y leyendo. Y corrigiendo. Sobre todo esto último. Sobre todo lo segundo. Pero muy especialmente lo primero.
Y entonces este libro llega a mí en el momento indicado. En el momento en que más ayuda preciso, en el que más vulnerable me encuentro porque hace ya tres años que mis musas están rebeldes, en perpetua huelga de brazos caídos y, peor aún, en completo silencio. En opinión de algunas personas que me conocen esto no es cierto y hasta consideran que incluso escribo demasiado (o bien, demasiado "largo"). No es así. Escribo muy poco y muy entrecortado, aunque este y mis otros blogs parezcan desmentirlo. Antes yo escribía poemas todos los días. Buenos, malos, pésimos, no importa. Los escribía. Brotaban, todos los días estaban allí. Y cuando no estaban o andaban remolones, yo salía a buscarlos armada de mi red invisible para cazar libélulas y mariposas, esos frágiles insectos de la psique. Y además soltaba algún que otro cuento, trabajos para la facultad, hasta un diccionario si era necesario. Yo escribía a diario. Y no me privaba tampoco de escribir en mi diario y mandar no menos de diez, quince o veinte mails escritos "a la vieja usanza", es decir, como cartas y no como telegráficos sms.
Pues bien. Todo eso dejó de funcionar hace aproximadamente tres años, meses más, meses menos. He buscado toda clase de ayudas y muchas dieron resultado. El taller literario de mi maestro Marcelo di Marco hizo florecer cuentos que yo nunca hubiera pensado escribir. Bien. Algún que otro poema incluso. Bien, otra vez. Luego, cuando fue evidente que el bloqueo no era sólo artístico sino emocional, vino al rescate El camino del artista, libro del que alguna vez tendré que dar debida cuenta en esta y en todas las páginas disponibles. Surgieron muchas cosas pero nada logró articularse aún en una obra. Poemas sueltos, sí. Textos varios, sí. Las invaluables páginas de la mañana, de acuerdo. Pero nada más. Las fuerzas de la represión interior seguían ganando la batalla. 
Entonces, este año, luego de mi vivificante viaje por Salta, decidí que las cosas no iban a seguir así. Que iba a buscar más ayuda, que iba a hacer otras cosas, que iba a intentarlo todo hasta recuperar, como un atleta fuera de training, el músculo fiel de la escritura. Me anoté en un taller virtual con la maravillosa poeta Laura Yasán, pero también concurrí a un seminario de géneros literarios, dictado por Gustavo di Pace, quien nos facilitó, tras la primera clase, esta auténtica perla (más bien un largo y deslumbrante collar) de sabiduría que es Zen en el arte de escribir de Bradbury. 
Lo notable es que acaso por la primera vez imprimí un libro recibido en formato .doc para poder empezar a leerlo de inmediato. Tan grande como el entusiasmo que Bradbury muestra por el acto creativo fue mi entusiasmo con el libro. Página tras página (esta vez, hoja A4 tras hoja A4) asistía maravillada a una de las declaraciones de amor más auténticas y fabulosas al arte de la escritura y a la creación en general. Renglón tras renglón, párrafo tras párrafo me encontré con frases para enmarcar y empapelar toda una habitación si fuera posible, porque no son sólo guías para escribir mejor o para decir mejor lo que uno quiere decir sino que son frases para regirse en la vida, para conducirse y aventurarse en ese oscuro bosque que es el mundo y sus habitantes.
Por eso hoy quiero compartir este entusiasmo con ustedes y acercarles algunas de ellas. Aunque hablen de la escritura o del proceso creativo están hablando de cómo superar los miedos, de cómo ser mejores personas (en un sentido "no ñoño", entiéndase), de cómo lograr esa intensidad que ninguna rutina ni ningún trabajo pueden opacar jamás. Están hablando de la pasión en su estado más puro, de la pasión que nos lleva a sublimar y transformar en oro puro, en la auténtica piedra filosofal, aquello que de otro modo nos heriría sin cesar y nos llevaría (como efectivamente nos lleva si lo dejamos) al aburrimiento, la pereza, la cretinización y la dejadez. 
Vengan conmigo y aprecien estas delicadas, ardientes e impetuosas maravillas condensadas en frases concisas y estimulantes, celebraciones tan apolíneas como dionisíacas: 

  • "Escribir es una forma de supervivencia."
  • "Garra. Entusiasmo. Cuán raramente se oyen estas palabras. Qué poca gente vemos que viva o, para el caso, crea guiándose por ellas."
  • "El primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos."
  • "Hoy por la tarde incendie usted la casa. Mañana vierta fría agua crítica sobre las brasas ardientes. Para cortar y reescribir ya habrá tiempo mañana. Hoy, ¡estalle, hágase pedazos, desintégrese!"
  • "Adonde se mire en el cosmos literario, todos los grandes están atareados en amar y odiar. ¿Ha abandonado usted esta ocupación básica por obsoleta para su escritura? Entonces se pierde una buena diversión. La diversión de la ira y el desencanto, de amar y ser amado, de conmover y ser conmovido por este baile de máscaras en el que giramos desde la cuna hasta el cementerio. La vida es corta, la desdicha segura, la muerte cierta."
  • "Saltar, correr, congelarse. En su capacidad de destellar como un párpado, chasquear como un látigo, desvanecerse como vapor, aquí en un instante, ausente en el próximo, la vida se afirma en la tierra."
  • "¿Qué podemos aprender los escritores de las lagartijas, recoger de los pájaros? En la rapidez está la verdad. Cuanto más pronto se suelte uno, cuanto más deprisa escriba, más sincero será. En la vacilación hay pensamiento. Con la demora surge el esfuerzo por un estilo; y se posterga el salto sobre la verdad, único estilo por el que vale la pena batirse a muerte o cazar tigres."
  • "Es mi opinión que para Conservar a una Musa primero hay que ofrecerle comida. (...) a lo largo de la vida nos llenamos de sonidos, visiones, olores, sabores y texturas de personas, animales, paisajes y acontecimientos grandes y pequeños. Nos llenamos de impresiones y experiencias y de las reacciones que nos provocan. (...) De esta materia, de este alimento se nutre la Musa. Ése el almacén, el archivo, al que hemos de volver en las horas de vigilia para cotejar la realidad con el recuerdo, y en el sueño para cotejar un recuerdo con otro, lo que significa un fantasma con otro, y exorcizarlos si hace falta."
  • "Cuando la gente me pregunta de dónde saco las ideas me da risa. Qué extraño... Tanto nos ocupa mirar fuera, para encontrar formas y medios, que olvidamos mirar dentro."
  • "Todo lo más original sólo espera que nosotros lo convoquemos."
  • "Lea usted poesía todos los días. (...) En los libros de poesía hay ideas por todas partes; no obstante, qué pocos maestros del cuento recomiendan curiosearlos."
  • "¿Por qué esta insistencia en los sentidos? Porque para convencer al lector de que está ahí hay que atacarle oportunamente cada sentido con colores, sabores y texturas. (...) Al lector se le puede hacer creer el cuento más improbable si, a través de los sentidos, tiene la certeza de estar en medio de los hechos."
  • "Viviendo bien, observando a medida que vive, leyendo bien y observando a medida que lee, usted ha nutrido su Identidad Más Original. Mediante el entrenamiento, el ejercicio repetido, la imitación y el buen ejemplo ha creado un lugar limpio y bien iluminado para conservar a la Musa."
  • "Hacia los catorce o quince años, mucha gente ya ha sido apartada de sus amores, de sus gustos antiguos e intuitivos, uno a uno, hasta que al llegar a la madurez no les queda nada de alegría, de garra, de entusiasmo, de sabor."
  • "Cuanto más hacía, más quería hacer. Uno se vuelve voraz. Le entran fiebres. Conoce júbilos. De noche no puede dormir porque la criatura bestial quiere asomar y hace que uno se revuelva en la cama. Es un magnífico modo de vivir."
  • "Sin fantasía no hay realidad. Sin estudios sobre pérdidas no hay ganancias. Sin imaginación no hay voluntad. Sin sueños imposibles no hay posibles soluciones."
  • "La deliberación es enemiga de todo arte, sea la actuación, la escritura, la pintura o la propia vida, que es el arte más grande."
  • "Nunca pasamos nada por alto. Somos copas que se llenan constante, silenciosamente. El truco consiste en saber volcarse para que la belleza se derrame."
  • "A los amigos que escriben siempre he intentado enseñarles que hay dos artes: primero, terminar una cosa; y luego el segundo gran arte, que es aprender a cortarla sin matarla ni dejarle ninguna herida."
  • "El artista aprende a omitir. (...) A menudo su arte está en lo que no dice, lo que omite, en la habilidad para exponer simplemente con emoción clara, y llevarla a donde quiere llegar."
  • "Lo que estamos intentando es encontrar una forma de liberar la verdad que todos llevamos dentro."
  • "Que el mundo arda a través de usted."
Analía Pinto