jueves, 25 de marzo de 2010

Sensual, exquisito y singular

Así defino a André Pieyre de Mandiargues (1909-1991), un escritor francés que me fascina y que, desde luego, no es conocido. Aunque muchos lo califican directamente de erótico, para mí va más allá del mero Eros porque abarca la sensibilidad toda y por eso prefiero usar el término "sensual". Hace poco tuve la enorme dicha de encontrar uno de sus libros, La muchacha debajo del león (editado en nuestro país por Sur, desde luego), en una mesa de libros usados, saldos y otros rezagos. Del mismo modo encontré los otros dos libros suyos que tengo: el que hoy me ocupa, La motocicleta, y Al margen, acaso uno de los más difundidos, que transcurre en el Barrio Chino de Barcelona (cualquier cosa que esté relacionada con Barcelona para mí ya es lo suficientemente interesante, no importa de qué se trate; y este es libro es una auténtica maravilla).
Pero el libro que quiero comentar es el primero que llegó a mis manos, La motocicleta. Según anoté en su segunda hoja, lo compré en la librería Lenzi de La Plata. Para aquellos que no tengan la dicha de conocerla, la librería Lenzi es uno de los más bellos tesoros platenses (junto con la catedral, el bosque, el Museo, las plazas, los tilos y las diagonales, digamos), y lo es por la sencilla razón de que los libros allí no parecen agotarse nunca. Si uno deja pasar algunos años entre una visita y otra se encontrará siempre con que, mágicamente, florecieron nuevos estantes allí donde antes había un espacio vacío y más libros han venido a ocupar su lugar. No es exagerado ni hiperbólico decir que sus estanterías van desde el techo hasta el piso y que cubren todo el local, un arltiano local largo y profundo, aunque sin la sordidez del que describe Silvio Astier en El juguete rabioso
Pero lo que a mí siempre me intrigó y pobló mis sueños más recurrentes es el misterioso sótano donde el señor Lenzi guarda, estoy segura, incunables, libros raros, descatalogados, apócrifos, imposibles y hasta seguramente varios grimorios y alguna copia pirática del Necronomicon y del Onceno Tomo de la Anglo-american Cyclopaedia... No he sido bendecida con la gracia de descender a ese magnífico infierno de libros pero lo imagino aún más grande que el local superior, abarcando quizá la manzana completa o, por qué no, la ciudad entera; cual biblioteca de Babel debe contener millares de estantes que conforman un laberinto imposible u octogonal como el de El nombre de la rosa... En fin, delirios de una bibliómana sin recuperación posible. 
Vuelvo. Lo cierto es que me hubiera gustado releer La motocicleta para esta ocasión pero los tiempos tiranos no me dieron respiro para hacerlo. No obstante, una hojeada en diagonal (es decir, pasar cada página y detenerme en los subrayados) ha sido suficiente para volver a ese mundo onírico y maravilloso que se va desplegando página a página igual que la moto de Rebecca Nul, la protagonista, va hendiendo las rutas de Francia a Alemania... El argumento de la novela podría resumirse en la siguiente pregunta: ¿Qué no haría una mujer por su amante? Estimo que nada. Y nótese que dije "amante", no esposo ni marido. Por el esposo o el marido haría, pienso yo, lo que hacen todos: lo mínimo indispensable. Pero ¿por el amante...? Por el amante haría las cosas más extraordinarias, como enfundarse en un traje de cuero negro revestido de piel y atravesar rutas y fronteras sólo para llegar a su cama lo más pronto posible. Por el amante cabalgaría en una moto-furia negra y cromada, por el amante atravesaría insoportables controles de aduana, sonrisas lascivas y comentarios obscenos. Por el amante se dejaría desnudar y estaquear sólo para que él pudiera disfrutarla más y mejor. Por el amante todo. Por el marido probablemente nada.
Juzgo mejor que cualquier otra cosa que yo pueda decir copiarles algunos fragmentos de la novela, no tanto por lo que cuentan sino por cómo lo cuentan. Sólo allí puede apreciarse el exquisito arte de Mandiargues, la enorme poesía de prosa sensual, surreal, de un voltaje erótico tan alto como refinado; sólo allí se nota la mano de un verdadero gourmet del lenguaje, de lo que a mí misma me encantaría ser (y denodadamente trato de ser) como escritora. Me fascinan los escritores que tienen el don, la bendición, la gracia, la facilidad, el regalo de los dioses de hacer el amor mientras escriben, de hacerles el amor a las palabras, las frases, los párrafos; de, en definitiva, hacerle el amor a ese lejano fantasma que los leerá un día y se sentirá deliciosamente abrumado y apabullado, rojas y ardientes sus mejillas, su ritmo cardíaco acelerado, la sangre mareada y revuelta, el cuerpo tenso y laxo a la vez, todo porque un escritor supo cómo hacer que el lenguaje le obedeciera sin más: 

- "Ella no había cedido al consejo de los pájaros para que la tomara él, y además se sentía orgullosa como un caballero dentro de su armadura cuando se había revestido de su mono de cuero y se apoyaba en la motocicleta como en un corcel enjaezado, y tenía conciencia de que había que elegir al vencedor para remitirse a su discreción, rendirse a él con toda humildad y dejar que él deshiciera su coraza. Era lo bastante hembra, a pesar de su aspecto de muchacho, para no esperar de una coraza nada mejor que la dicha de la capitulación y el placer de la derrota."

- "Luego la línea recta vuelve durante una decena de kilómetros, hasta Soufflenheim, y esta rectitud con la que el espacio está cortado como a cuchillo da cierto vértigo que puede compararse al de la plomada, porque atrae como un abismo profundamente vertical al que se asomara uno. Extraño encanto de la línea de abeja, ¿se sabrá nunca lo que impulsa al insecto a lanzarse en línea recta, de tal modo, si será embriaguez, felicidad, rabia, sed de llegar al fin de su existencia, o cierto sentido del espacio de que el hombre no ha estado dotado nunca pero que sospecha con tal ocasión?"

- "Porque querría estar al lado de Daniel Lionhart, sujeta a los deseos y a los dedos de Daniel con tanta obediencia como al aire las ramas de abeto, como ellas paciente y estremecida, dispuesta a expandir su polen al menor toque, sin tregua ni medida."

- "¿Sería la vida humana, en realidad, sólo una serie de escalones, algo así como los rápidos en el curso de un gran río cuyas partes tranquilamente navegables se descienden con indiferencia o aburrimiento?"

- "'Rebecca', pronuncia ella, complaciéndose en llamarse en el momento en que a ciento sesenta kilómetros por hora aproximadamente corre hacia el lecho en que sabe reposa aquél a quien va a entregarse, aquél por el que desea ser tomada, aquél en quien un tigre y Dios caen siempre a una sobre ella y la desgarran."

- "Deleatur... Daniel, pedagogo, aprobaría verla pensar en latín la aniquilación de su esposo, y la ensalzaría con un cumplido colocándola cabeza abajo, con los lomos al aire, ofrecida al pillaje como a las abejas las bellas flores de la glicina."

- "(...) ella se siente sobre todo embargada por una vida enormemente potente y provisionalmente contenida, que el dedo de su amante pondrá en comunicación con el universo cuando se acerque a su cuerpo."

Analía Pinto

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