lunes, 25 de julio de 2016

Regreso con poesía

Cármina marina de Marcelo di Marco es una joya. Más aún, una gema. Una delicada gema que el poeta, escritor y maestro de escritores le regala (ofrenda acaso sería mejor) a su esposa, Nomi Pendzik. La mayoría de los esposos regalan alhajas de variado valor: Di Marco elige regalar, ofrendar, entregar una gema cincelada en versos certeros, medidos, sumamente musicales.
El mar y los ojos de la amada, tópicos poéticos desde que el hombre es en el mundo, se renuevan aquí en los 33 poemas que conforman este poemario; poemas que no deben (aunque se pueda) ser leídos fuera de su contexto, lejos del poema anterior y del que les sigue, ya que conforman un todo; componen las facetas de esa gema que, huyendo de cualquier cursilería, retoma en cada palabra, en cada imagen, su centro. Y el centro ígneo es ese amor invencible, como bien sabían ya los latinos, que en tantas ocasiones he tenido el honor de observar. Por eso no me sorprende el gesto de Di Marco pero sí me sorprende, y gratamente, la sutil y obsesiva factura del poemario.
En tiempos en que cualquier sucesión de palabras inconexas es llamada “poesía”, estos poemas vienen a reivindicar no sólo el amor inconmensurable de los esposos sino también el hacer poesía a la vieja usanza, es decir, combinando con maestría aquello que se quiere decir con el mejor modo de decirlo. Y lo que se quiere decir es tan vasto como ese mismo mar al que ya se alude desde el título; y lo que se quiere decir es tan inagotable que es necesario repetirlo en cada uno de los poemas, pero no como mera y estúpida duplicación sino como una intensa búsqueda de nuevos sentidos, recovecos y esplendores en cada reiteración. Como la dificultosa ascensión hacia la gracia, así estos poemas en espiral ascienden un tramo y otro tramo hacia la sustancia primera, hacia lo que nos convoca, hacia lo que no podemos ignorar, a pesar de todas las fuerzas que a diario conspiran para ello.
Maravillosos ecos de otros poetas que tentaron el mismo arduo camino pueden encontrarse en el decurso de esta expedición cimbreante: desde el Cantar de los Cantares del epígrafe hasta las quevedianas cenizas enamoradas; desde la limpidez de las metáforas que recuerdan a Pound hasta la redescubierta musicalidad de los versos que trajera a nuestra lengua Rubén Darío. Hay también un dejo al Salinas de La voz a ti debida, en tanto aquí tampoco es imaginable el yo sin el necesario y perentorio vos al que el poemario está dedicado y en base al cual erige su potente y brillosa torre.